Tomé la decisión de quedarme a dormir en el establo aquella noche,
y pude descubrir el motivo del nerviosismo de los caballos en cuanto
anochecía. Los murciélagos cobraban vida con la oscuridad y no
paraban de revolotear, eran inofensivos y no le dí más importancia.
A la mañana siguiente me sentí extraña al asomar el sol al otro
lado del corral, a mí que tanto me gustaba ver amanecer, desde aquel
día huyo del sol y me cubro entera de oscuros ropajes. Para no
envejecer.
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