Menuda
vergüenza pasé el otro día jugando en casa al chinchón con mis
amigos, justo cuando iba ganando, llegó Marieta y me estampó el
estropajo en la calva diciendo:
- ¡Ale cariño que hoy te toca fregar a ti!
A
todos se les salían los ojos de las órbitas, porque el único trapo
que tapaba sus vergüenzas era un delantal.
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