Cuando
del ascensor se abrió la puerta,
miró
hacia el hueco y solo había vacío.
Al
pensarlo sintió un escalofrío.
¿Y
dar el paso y estar de una vez muerta?
Su
vida era tan triste y tan desierta,
sentía
su pasado tan baldío,
pensaba
en un futuro tan sombrío…
¡Descansar!,
que en sufrir ya era una experta.
La
razón, tal vez, era tonta y no
lo
sabía ya explicar, mas se sentía
prisionera
de un mundo sin calandra.
Su
apellido, Pizarnik, la salvó
y
decidió que nunca saltaría
¡No
podía!, llamándose Alejandra.
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