La
cebolla
estaba resultando más picante que de costumbre, no cesaba de llorar
y estaba arruinándole el maquillaje. La máscara
de pestañas caía a chorretones por la cara y de tanto secarse las
lágrimas el colorete estaba desdibujado.
La
desesperación engendró una buena ocurrencia, corrió al garaje y
buscó en el maletero del coche la mascarilla antihumos de bombero
que su marido guardaba para un apuro, ansiosamente se la colocó y
volvió a la cocina para continuar preparando la cena.
¡¡Hurra!
Ya no molestaba la cebolla, pero el resultado de la picazón anterior
provocaba un reguero de mocos que no podía evitar sorber al no poder
sonarse. En estas estaba, cuando su familia llegó, su hijo pequeño
al verla de esa guisa soltó, señalando con un dedo: “¡Darth
Vader!”
No
pudo evitar responder con voz de ultratumba: ¡Yo soy tu maaaadre!
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