Cuento de Navidad - Marga Pérez


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Cuando Elena se dispone a dormir su cabeza empieza a bullir. El hecho de entrar en la cama, el contacto del cuerpo con las sábanas limpias y más bien frías, estimula los recuerdos y agudiza la percepción de los sentidos. Los pies se tocan entre ellos buscando su propio calor y la ropa de cama sobre los hombros arropa la soledad de una vejez bastante prematura. Se acuesta siempre en la misma posición : sobre el lado derecho, las piernas encogidas hacia el pecho, los brazos cruzados, una mano debajo de la cara y la otra sobre el hombro izquierdo. Así cada noche llama Elena al sueño que, entre pensamientos, recuerdos y demás zarandajas no siempre acude cuando ella desea. Últimamente le da por pensar en su forma de taparse ¿siempre fue de la misma manera? Hace memoria y se ve en su cama juvenil con los brazos desnudos abrazando la almohada, boca abajo y un pie fuera de las mantas. Elena, igual que los perros regulan su temperatura por las almohadillas de las patas, ella, cuando tiene calor en la cama, saca un pie al aire. Tener los dos pies fuera cree que sólo le sucedió estando en Egipto de vacaciones, hacía un calor insoportable... ¡menudo viaje! nunca antes creyó morir de calor. Sus vacaciones laborales sólo podían ser en verano, o en Julio o Agosto y ese año que tenía claro que iría a Egipto las tuvo que coger en agosto. Iría a Egipto porque hacía unos meses que Manolo estaba en su vida...¡vaya! hacía mucho que no pensaba en él. Era un buen tipo pero no apareció en el momento adecuado... el quería casarse, formar una familia y ... Elena no estaba en el momento familia, quería divertirse, conocer mundo y necesitaba a alguien que la acompañase, no le gustaba viajar sola... Tenía que aprovechar a Manolo para conocer uno de los lugares de sus sueños . ¡Que calor pasaron! por no necesitar no necesitó ni sábanas en la cama...además Manolo era muy fogoso...Elena recuerda aquella cama siempre empapada...eran otros tiempos, nada que ver con este frío continuo que la tiene anquilosada.
Cuando Elena sintió el momento familia y buscó un hombre para casarse, Manolo hacía tiempo que lo había hecho. Entonces los hombres que querían estar en su vida o eran casados con ganas de sexo extra o separados sin ganas de ataduras o solteros raritos . Elena usó a varios sin ningún remordimiento sabiendo que ellos hacían lo mismo con ella. Cree que ya entonces necesitó taparse hasta los hombros, es más, necesitaba que la ropa de cama pesase, para no tener que moverse en toda la noche. Recuerda una leyenda familiar de un pariente que le gustaba que las mantas pesasen y como nunca era el suficiente la presión que daban, acababa poniendo sobre él la mesita de noche. Elena sonríe imaginando la escena y se consuela pensando que ella nunca necesitó echar mano del mueble aunque alguna vez si colocó un puf de bolitas, de esos que cuando te sientas tienes que hacerte el hueco. Ya no se acordaba. ¡Qué mal estaba! Fue poco tiempo, enseguida conoció a Jaime y compartió con él el nido. El puf recuperó así su función.
En la oscuridad y el silencio nocturno, mientras el calor va relajando el dolorido cuerpo, los recuerdos afloran... se ve en su camastro infantil buceando hacia los pies, siempre frío y tieso de cuatro camas juntas en las que con sus hermanas hacía pasadizos para intercambiarse de una a otra igual que topos. ¡Qué divertido! se cruzaban agilmente, a oscuras, con el miedo de las profundidades de su propio lecho, sin aire, deseando salir al fresco del dormitorio de no sabía bien qué cama. Competiciones de resistencia manteniendo las almohadas en lo alto de los pies. Viajes en avión, muchas veces con destino al suelo, en las que Elena era lanzada por su hermana mayor, sujeta por los pies y propulsada por las axilas por las plantas de los de su hermana. Le daba miedo pero todas lo hacían y ella que era la pequeña tenía que hacerse la valiente... el corazón le vuelve a latir con fuerza cuando recuerda el ruido de la puerta que anunciaba la presencia del padre. Elena, igual que sus hermanas está tapada hasta las orejas, se hacen las dormidas...
El padre riñe tratando de ser convincente y el silencio se hace por fin en la cabeza de Elena que duerme sin saber que lo hace, porque los sueños se adentran también en ese pasado vivificando nuevamente sus recuerdos.
-¡Buenos días Elena!
-¿Quien viene a interrumpir el mejor de los momentos ?- Piensa Elena sin abrir aún los ojos
-Venga, dormilona que cada día te cuesta más despertar...
Haciendo un esfuerzo sobrehumano abre los ojos y ve la cara de Luz, la encargada de asearla cada fin de semana que sonríe no muy lejos de la suya.
- Es que no dormí nada- le dice Elena con una dulce sonrisa adormilada.
-Siempre me dices lo mismo ¡anda! ¡arriba!- y levanta la ropa de la cama dejando al ire un cuerpo diminuto en la misma posición en que la puso la noche anterior.
-¡No me destapes así! ¡tengo mucho frío!
- Frío, frío... ¿cómo vas a tener frío? La habitación está a veintiun grados y en la cama tienes dos mantas además del edredón. Van a salirte ronchas de tanto calor... - Luz, con el calor que da la juventud no entiende el frío sempiterno de Elena.
-Esta noche me dejaste la oreja destapada y me entró el frío por el agujero... ¡hasta los pies!
-¿No me lo puedo creer? Esta noche tendré más cuidado, mañana es Navidad, será mi regalo...Y le da un cariñoso beso.

La vida en la Residencia es bastante aburrida, sobre todo para Elena que no tiene a nadie que la vaya a visitar. Sus hermanas murieron y los sobrinos andan por el mundo, cada uno con su vida. La rutina de aseo, paseo, comida, siesta, televisión, cena y recogimiento sin poder moverse por si misma, tienen sumida a Elena en un deseo desesperado de dormir y poder así evadirse de la realidad. Esperar la muerte sin poder entretenerse en algo es demasiado triste para cualquiera y más para ella que tiene intactas sus facultades mentales. Sólo le queda soñar.
Otra vez llega la noche, se dispone a dormir y su cabeza empieza a bullir. El hecho de entrar en la cama, el contacto del cuerpo con las sábanas limpias , más bien frías, estimula los recuerdos y agudiza la percepción de los sentidos. Los pies se tocan entre ellos buscando su propio calor y la ropa de cama sobre los hombros arropa la soledad de tanta vejez prematura.
-Luz, súbeme bien las sábanas, tápame bien la oreja, que no pueda entrar el frío por ningún sitio.
Luz, siempre cariñosa, antes de despedirse, la arropa bien y desplaza hacia la cabeza de Elena sábanas, mantas y edredón, dejando sobre el colchón, a la vista, los lacios cabellos blancos desmadejados. Elena está con la misma postura : sobre el lado derecho, las piernas encogidas hacia el pecho, los brazos cruzados, una mano debajo de la cara y la otra sobre el hombro izquierdo. Trata de mover la cabeza. Aunque sólo consigue hacerlo unos milímetros se encuentra más a gusto. Echa de menos la almohada que por prescripción médica le retiraron hace meses... y enseguida llega a su mente el recuerdo de otra horadada por dentro. Sonríe. Lorena, su hermana mayor era de la piel del diablo, había vaciado su almohada de latex y se había metido allí jugando al escondite. De la almohada sólo quedaba el latex exterior y como si de un perrito caliente se tratase, ella salía de su interior. El otro día Elena vió en el telediario a un inmigrante queriendo entrar en España escondido igual que su hermana pero en un colchón... La risa que pasaron entonces se volvió tristeza al ver salir al africano del colchón gruyer en el que viajaba y Elena lloró recordándolo, hundiendose sin esfuerzo entre la ropa que cada vez pesaba más. Enseguida durmió envuelta en recuerdos cálidos sin que el frío pudiese colarse por ningún resquicio.
-¡Buenos días Elena!- La hora de levantarse había llegado y una nueva cuidadora irrumpe en el dormitorio dispuesta a cumplir su misión.
-Anda, dormilona, que hoy es Navidad. Insiste ante el silencio de Elena.
Preocupada por la falta de respuesta retira las sábanas. El lecho está vacío. Da vueltas alrededor de la cama... mira debajo... Nada. Le llama la atención que la sábana de abajo está fuera de su sitio y arrugada en el centro del colchón. Al intentar quitarla descubre que un buen trozo está metida en una grieta que atraviesa el colchón de la cabeza a los pies y dentro descubre a Elena, en la misma posición, como una figurita de porcelana enmarcada en latex para que no se rompa. Ya no respira pero su rostro refleja que su último sueño fue muy agradable, es la viva expresión de la felicidad.





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