Salí
del bufete escapando de interminables reuniones en las que nuestros
cerebros acababan fundidos en medio de tormentas sin ideas.
Tras
pedir un aperitivo y probar un par de aceitunas, cogí un periódico
y, abriendo por la sección de economía, un titular me resultó tan
llamativo
que casi me tragué los huesos de las olivas. Se iba a decretar
por parte del Gobierno el rescate
de cinco de los bufetes de abogados más influyentes del país. Una
decisión tan extraña como inaudita en toda nuestra historia legal.
Maldita
sea, mascullé. Ya podía ser el nuestro. Que hace meses que no entra
ni un futbolista defraudador, ni una divorciada de la jet con sed de
venganza.
Ni
con el cartel
de
gran formato en la fachada conseguíamos hacernos ver entre aquel mar
de tiburones y fiscales agresivos. Quizá poniendo una vela
gigante a San Judas Tadeo, se lograra arreglar nuestra causa.
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