Formo
parte de un grupo de escritura en el que me encuentro cómoda entre
mis compis, cada tarde de reunión aprendo mucho pues la mayoría
tiene un gran nivel literario y la que no, lo suple con una
portentosa imaginación. Pero lo que más siento es torturarlas con
mis relatos ya que mis capacidades son limitadas. Me divierto tanto
que seguro me lo perdonan. Hemos puesto fecha para la siguiente
reunión, un martes y que además es trece, fíjate si somos
valientes que desafiamos los malos augurios de ese día saliendo de
casa para escucharnos. Esa fecha me ha traído antiguos recuerdos
que en su momento quise olvidar y por fortuna logré, pudiendo seguir
con mi vida.
Es
un acontecimiento que nadie conoce, a nadie lo he contado ni siquiera
a mi Paco, padre de mis hijos, y eso que tenemos total confianza,
pero como he dicho antes, lo tenía olvidado y con esa cita, la
memoria, esa que tantas veces traiciona, me lo ha recordado.
Está
relacionado con mi primer novio, un novio de infancia y adolescencia
amigo de mi hermano y vecino del piso de arriba de mis padres. Ambos
cinco años mayores que yo y muy protectores, eran como el primo de
zumosol por partida doble y en guapo. Siempre he sido un poco
marimacho (que se decía entonces y que nadie se ofenda), lo de
hablar de ropa, peinados o actores no me iba mucho. Más divertido
sin dudarlo era coger lombrices, grillos o renacuajos y subirme a los
árboles o tapias, al ser más pequeña los dos me ayudaban y así
llegaba sin nada roto a casa. Al principio Pedrito era como un
hermano para mí, pero poco a poco mi imaginación empezó a tontear
y a soñarle como novio, por supuesto de una forma infantil y nada
romántica, lo que se dice un amor platónico.
Cuando
terminaron el instituto mi hermano marchó lejos a estudiar
calderería y él entró en un taller de reparación de automóviles
a dos manzanas de casa, ese trabajo no fue impedimento para que nos
siguiéramos viendo. Íbamos al cine, al parque a comer pipas o
dando vueltas por las calles mirando escaparates cuando quería
comprar un regalo para su madre, actividades de lo más inocente,
teníamos mucha complicidad y nos llevábamos bien. Fue un año más
tarde al empezar el verano cuando todo cambió. Bueno lo que cambió
fue mi cuerpo, tenía pecho, curvas, una lacia melena y las hormonas
algo alteradas. Intentaba tener contacto físico con Pedro, así fue
como empecé a llamarle porque ya era un chico mayor. Al principio
fue rozarle un brazo, haciendo el tonto le cogía la mano o los
hombros intentando siempre un acercamiento sin saber exactamente qué
conseguir, tan pesada debí de ponerme que una tarde me pidió ser su
novia y tota ufana acepté.
Estaba
tan verde como yo en las relaciones así que improvisábamos según
lo sentíamos. Nos cogimos de la mano, luego de la cintura, nos
atrevimos con el primer beso y caricias en la cara, hasta ser
valientes y escondernos en el parque en una zona entre arbustos para
darnos placer bajo la ropa, pero sin quitarla. Éramos unos
pardillos hablando en plata, pero éramos felices de esa manera. En
casa estaban tranquilos al conocerle desde chiquillo y yo toda chula
porque no se metían en mis escarceos amorosos. Hasta aquí todo iba
bien, no pretendíamos en esa etapa ir más allá. Felices y
contentos nos dispusimos a pasar las fiestas del barrio, había
caballitos, coches de choque, tiovivo, tómbola, el tren de la bruja,
una caseta de tiro donde siempre conseguía el muñeco más grande
por su buena puntería. Era un jueves y acababan de abrir las
atracciones, dimos una vuelta por todas montándonos en alguna, y
terminamos en la caseta de la pitonisa. No creía y no creo en las
adivinas, pero a él le picaba la curiosidad y fuimos a consultar.
Una mujer entrada en años sentada tras una mesa camilla con tela
brillante y una bola de cristal con humo dentro. En la cabeza lucía
un pañuelo azul oscuro del que colgaban pequeñas monedas doradas,
vestía como una zíngara. A pesar de sus múltiples arrugas sus
ojos eran amistosos y su sonrisa franca, invitaba a confiar y por
supuesto a creer lo que ella dijera, esa era mi opinión, pero no la
de Pedro.
Después
de sonsacarle algunos datos de su vida le vaticinó un aumento de
sueldo por una subida de categoría en el taller, una leve enfermedad
de su padre y golpe de fortuna en el futbol, repentinamente le cambió
la cara, como si viera en su futuro algo catastrófico. Le previno
que un martes iba a ocurrirle una desgracia, era mejor que no saliera
de casa ese día si quería llegar a viejo. No me reí delante de
ella por no faltarle al respeto, pero él se lo tragó enterito. Los
siguientes días los pasé entretenida preparando el material del
curso que en breve iba a empezar, sólo me quedaba un año para
terminar el instituto y luego quizás hablase de boda con él y nos
iríamos a vivir juntos, lo estaba deseando.
Pero
Pedro chifló, el martes al buscarlo en el taller su jefe me contó
que estaba enfermo. No le di importancia y continuamos viéndonos,
pero le noté algo cambiado. Al siguiente martes me dijeron
nuevamente que volvía a estar enfermo, eso ya me escamó.
Terminaron por despedirle al faltar al trabajo un día a la semana.
Durante los demás días estaba más serio que de costumbre,
desconfiado por la calle. De casualidad descubrí que guardaba en
los bolsillos tres estampitas de santos, una pata de conejo, varios
dientes de ajo, un trébol de cuatro hojas de cerámica y una cruz de
madera. Sí, sí, me asusté, intenté hablar con él y que entrara
en razón. No hay videntes sólo era una superchería para ponerle
nervioso y que volviera otro día. No lo conseguí, tan raro y
esquivo se volvió que decidí dejarle. Me dolió mucho porque
estaba muy enamorada, pero ese no era el Pedrito que conocía y al
que tanto amaba. Sufrí una pequeña depresión al dolerme que diera
más importancia a lo dicho por aquella bruja que mis palabras
sensatas. No tenía a quien contárselo y lo pasé sola como pude,
finalmente conseguí superarlo y tiré para adelante sin él.
Una
tarde diez meses después regresando a casa lo tropecé por la calle,
venía de frente a mí. Las aceras estaban levantadas y había
pasarelas por donde cruzar los socavones hechos en el terreno, estaba
oscuro, por la carretera apenas pasaban coches y en la acera
estábamos solos. No sabía cómo reaccionar, me lo puso fácil
saludándome con una amplia sonrisa. Sentí un vuelco en el corazón
igual que cuando estábamos juntos, fantaseaba con que quizás
pudiéramos tener una segunda oportunidad. En ese momento me percaté
que era martes y él andaba por la calle. Nos saludamos
educadamente, contamos novedades de nuestros respectivos progenitores
y al verle mejor le pregunté si ya salía los martes de casa. Me
respondió que sí, llevaba tres semanas muy tranquilo desde que
había encontrado a la pitonisa en las fiestas de Trasona. Estuvo
hablando con ella y le vaticinó que el peligro había pasado
completamente al haber cortado con su novia que era quien realmente
provocaba su mal augurio. Parecía tan contento cuando lo dijo que
la rabia me hizo pegarle un bofetón, tan fuerte y sonoro que le hice
perder el equilibrio cayendo a la zanja abierta. Sin mirar para
atrás eché a correr muy agitada para casa, en cuanto llegué me
puse a ayudar a mi madre en la cocina con la cena. No paraba de
hacer aspavientos por la furia que me atenazaba así que puse la
radio para relajarme un poco. Estaban con las noticias del mundo y
del país, que si la huelga de tractores, que si la subida del
petróleo, la guerra de Irak o los políticos ladrones, cuando
terminaron dieron una noticia de última hora. Los operarios de la
obra en la calle Venteros al ir a tapar una zanja abierta con una
plancha metálica descubrieron que en el interior había un cuerpo,
llamaron a la policía y a una ambulancia, pero ya no se pudo hacer
nada por el hombre, posiblemente debió de caer por un desmayo,
golpeándose la nuca con una tubería y perdido mucha sangre.
¡Ay
va! Casi me rebano un dedo con el cuchillo, ¡era martes y trece!
Rezaba
para que el fallecido no fuera Pedro, pero al oír un grito
desgarrador que venía del piso de arriba y un fuerte lloro me temí
lo peor. Mi madre salió al rellano para enterarse de lo ocurrido,
la policía acababa de informar a los vecinos que su hijo estaba
muerto. Todos lloramos, yo la que más. No sabía cómo lo
encajarían si contaba ser la autora de su caída, totalmente
fortuita, pero si hubiera mirado hacia atrás tal vez aún estaría
vivo. No se lo podía contar a nadie, durante años intenté
olvidarlo pues, aunque hubiera confesado la autoría no dejaba de ser
un accidente y todo el barrio, por no decir mi familia también,
jamás me volverían a hablar. Después de unos cuantos años y al
conocer a Paco, lo olvidé. El resto fue rodado y francamente hasta
hoy, más de cuarenta años después, no me había acordado.
Ciertamente
la pitonisa no era tan falsa como creía. Desde entonces ando con
pies de plomo los martes y trece por no decir que jamás he vuelto a
dar un bofetón, ni siquiera una ñalgada, no sea que por accidente
vuelva a armarla. ¿Qué porqué lo cuento ahora? Pues ninguno de
los protagonistas está vivo, ni mis padres, ni los vecinos que por
cierto recibieron una indemnización millonaria por parte de la
empresa constructora. A Paco y mis hijos no les gusta leer y para la
justicia ya está prescrito el delito si es que lo hubiera habido.
Espero
que mis queridas compis de escritura mantengan mi secreto.
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