Miraba a través de la ventanilla del asiento de atrás del coche,
mientras se mordía la gargantilla de cuentas de madera, un regalo de
ella. Su padre arrancó el coche y comenzó el trayecto rumbo a la
ciudad y lejos de la vieja vivienda. Aunque dejaba atrás aquella
casa dónde tantos bonitos recuerdos tenía al lado de su abuelo,
ésta vez no le daba nostalgia nada de eso. Ya comenzaba a echar de
menos a Ángela, su primer beso, sus primeras caricias, su primera
novia… su árbol en el cual con mucho tesón marcó a cortes de
navaja un corazón y dos nombres dentro “Ángela y Mario”.
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