Aquel
día mi inquietud me llevó a pasear por las afueras del pueblo, en
dirección a la loma donde permanecen las ruinas del castillo. El
último escalón de la desvencijada torre es mi rincón preferido
para pensar a la par que diviso la comarca.
Aquel
día mientras cavilaba sobre el enredo que tenía en mi cabeza,
contemplé como un cuervo salía detrás de una losa con algo en la
boca, conozco la afición de estas aves por cazar objetos brillantes,
y se me ocurrió acercarme y ver qué tesoros guardaba en su nido.
Moví
la losa con esfuerzo y mucho cuidado, no quería que una bandada de
aves asaltara mi cara cuando abriera aquel hueco, pero nada salió de
allí. La oquedad era bien amplia y profunda, como el de una
alacena, quizás de la antigua cocina, encendí el teléfono móvil
para iluminar su interior, y allí entre polvo, tierra, excrementos
de aves y telarañas, encontré una caja. Con un palo y mucho
esfuerzo conseguí arrastrarla hacia afuera y comprobar más de
cerca, que se trataba de una vieja caja de madera de roble, muy sucia
y pesada, sin ningún adorno salvo el de una corona tallada y las
iniciales NM.
Con
gran dificultad la pude abrir, pues los herrajes estaban tan oxidados
que malamente se movían. En su interior había pergaminos, bastante
descoloridos y muy finos, se adivinaban en ellos dibujos y letras
escritas, que a la luz del sol resultaban indescifrables.
La
llevé hasta casa con gran dificultad de lo pesada que era, sin
tropezarme con nadie en el camino, al menos me libré de dar
explicaciones. Y una vez en ella pude observarla con más
detenimiento y comprobar que debía de tratarse de documentos que
estaban escritos en latín o en castellano antiguo. Algunas hojas
estaban pegadas entre sí. Me pareció un tesoro y decidí
quedármelo para averiguar lo que contaban esas letras.
Internet
es maravilloso, en él encontré información de cómo tratar las
hojas para separarlas sin dañarlas, así como descifrar el lenguaje
en el que estaban escritas. Un año me costó hacerlo, pero la
historia que la caja escondía bien mereció la labor.
Narraban
la historia de Nuño, nacido en el castillo de Montejo (el castillo
en ruinas), por eso le apodaban Montejano, vivió en él una infancia
feliz, corriendo y trotando libremente por todos los rincones,
admirando la destreza en el manejo de la espada y el escudo de sus
hermanos mayores y su padre, y escuchando las andanzas de los
caballeros que durante temporadas allí se hospedaban.
Con
nueve años tuvo que huir a casa de sus tíos. El castillo había
sido conquistado por el enemigo y su familia asesinada. Un lacayo
consiguió salvarlo y llevarlo a la ciudad para que su tía materna
lo criara.
Su
tío y sus primos eran prósperos comerciantes de telas, y todos
tenían que arrimar el hombro en el negocio, pero Nuño sólo soñaba
en convertirse en caballero y poder vengar la muerte de los suyos
reconquistando el castillo que fue su hogar.
En
cuanto tenía un momento libre se escapaba a contemplar el
entrenamiento de los soldados, quería aprender a ser uno de ellos e
ir a la guerra, pero al ser tan pequeño sólo recibía insultos,
burlas, y algún puntapié para que se alejara marchara. Pero él no
desfallecía e imitaba todo cuanto veía. Las telas, los tintes, los
encajes, no eran más que zarandajas en su forma de ver el mundo, lo
que realmente le interesaba eran los escudos y espadas que el herrero
forjaba, y al que ayudaba cada vez que podía. Aprendió a tirar con
arco y manejar la espingarda con gran maestría. Se peleaba con todo
bicho viviente a pesar de que más de una vez salió mal parado.
Pero ni su tía ni sus primos le pudieron encaminar al comercio, así
que cuando cumplió los quince se escapó.
El
rey había demandado soldados para una importante batalla, y se
presentó. A pesar de su juventud, le admitieron, y desde ese
momento comenzó su instrucción. Osadía y audacia no le faltaban,
de manera que le permitieron viajar en la retaguardia. No tuvo
tiempo de demostrar su valía pues cuando él llegó ya habían
ganado la batalla. Al regresar los soldados a la ciudad lo hicieron
como vencedores pero él no se sentía como tal, y seguía entrenando
para poder llegar a ser caballero, como era su gran deseo.
Entre
aprendizaje y entrenamientos conoció a una linda doncella, se veían
a escondidas porque ella así lo quería, hasta que un día alguien
les vio, y fue con el cuento hasta el padre, que era ni más ni menos
que el rey. Reprendió a su hija por mal comportamiento y casi
expulsa a Nuño del ejército, hasta que supo cual era su historia.
En ese momento el Rey le propuso impulsar su formación para ser
caballero si nunca más volvía a ver a su hija. Nuño con gran
pesar aceptó, y ese fue el comienzo de su carrera militar.
Debido
a su juventud le volvió a tocar la retaguardia en la siguiente
batalla, sufría por ver cómo iban a ser derrotados. El enemigo
estaba tan seguro y orgulloso de su victoria, que no se percató de
que Nuño y sus hombres atacaban por la espalda, logrando salvar a
sus compañeros de una muerte segura. En esta ocasión sí regresó
a la ciudad como un héroe y el Rey no sólo le nombró caballero,
sino que le otorgó el mando de una población cercana junto con su
castillo, para que en él morara y siguiera creciendo como autentico
guerrero.
Así
continuó durante unos años más, hasta que por fin llegó el día
que con sus hombres y la ayuda del Rey fue a reconquistar el castillo
de Montejo y su población. Conocía mejor que nadie los entresijos
de la construcción, cada rincón, cada pasillo, cada tronera, y
pilló al ocupante tan despistado, que consiguió vencerlo sin apenas
violencia y liberar así a sus gentes del malvado.
Todos
recibieron con júbilo a Nuño, y allí en Montejo, se arraigó.
Logró que su población fuera próspera y feliz. Formó una familia
a la que adoraba y cuidaba cuando no estaba batallando por el país.
Al llegar la paz le llamaron para formar parte del Consejo Regente,
todo iba bien hasta que el rey enfermó.
En
su lecho de muerte éste le confesó que era hijo suyo, su madre
había sido doncella de la reina y al quedarse embarazada la envió a
Montejo, donde murió en el parto. Los señores del castillo eran
familiares y le acogieron como a uno más. Esa era la razón para
que no cortejara a la princesa ya que eran hermanos. Y ahora él era
el destinado a seguir reinando en el país.
Tras
los funerales del difunto rey, al palacio se mudó con su familia,
intentaba reinar como mejor creía, pero los infantes y demás nobles
no paraban de entrometerse, todo eran rencillas y odio entre ellos, e
incluso intentaron atentar contra su persona. Apenas llevaba un
lustro en el trono, cuando decidió abdicar y legar el reinado a su
hermana que estaba más acostumbrada a las intrigas palaciegas y las
dirigía mejor.
Al
ser algo inaudito e inconcebible todos se echaron encima, pero él
inflexible a Montejo se marchó, y pudo gobernar tranquilamente al
pueblo y a su pequeño ejército del que nunca se separó. Recibía
de vez en cuando la visita de la reina, su hermana, quien gobernaba
con mano dura pero con acierto gracias a los consejos de Nuño.
Esta
historia, muy resumida, era lo que contaban aquellos papiros, fue
escrita para ser cantada por juglares y que las gentes supieran de
sus hazañas.
Con
un escáner y el Photoshop pude digitalizar todas las hojas y
enterarme de lo que en ellas estaba escrito, pero lo extraño del
caso es que busqué en bibliotecas y en unos cuantos archivos
históricos el nombre de Nuño Montejano, el rey Nuño, o algo
similar, y hasta el momento, no he encontrado nada.
¿Será
que la historia se ha olvidado de este gran hombre? o ¿No es más
que una novela medieval donde se ensalzan ciertos valores? De momento
sigo buscando porque del castillo sí que hay rastro.
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