Era un mendigo
singular. Por las mañanas se sentaba en la escalinata que daba al
convento de las Carmelitas y colocaba un pequeño cubo de
plástico justo delante de él para que los transeúntes que pasaban
por allí le echaran algunas monedas. Después sacaba del bolsillo de
su raído abrigo unas castañuelas y se ponía a cantar por soleares,
muy bajito, para no molestar, decía él. Cuando reunía suficiente
dinero entraba en el supermercado de la esquina y compraba un poco de
pan y unas latas o algo de embutido. Después volvía a su
escalinata, desplegaba un descolorido mantel de cuadros rojo
que colocaba sobre sus rodillas y degustaba sus manjares. Educación
no le faltaba desde luego. Un día se dio cuenta de que a un
caballero muy elegante se le había caído un sobre del bolsillo. Lo
recogió y vio que dentro había dinero, mucho dinero. Miró al
frente y vio que el hombre se alejaba cada vez más, y que al ir
doblar una esquina un coche que venía demasiado veloz lo atropellaba
y lo dejaba en el sitio. Si alguna duda había tenido se le disipó
enseguida, metió el sobre en el bolsillo de su ajado abrigo y
recogió sus cosas. Nunca más volvió a la escalinata del convento
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario