Gafe - Marián Muñoz

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Muy bien de la cabeza no está, era lo que pensaban todos de Armando, un tipo antaño bien parecido y jovial que ahora no semejaba ni su sombra.



Desde su divorcio no es el mismo, deprimente es la palabra que lo caracteriza, y lo malo es que cuenta a diestro y siniestro su desgracia, a todo aquel que por compasión le escucha, le suelta los pormenores de tan triste situación, y eso se aguanta una vez, dos, pero a la tercera te parece un plasta y evitas toparte con él para que no te pegue la desdicha que lleva encima.



Inicialmente le daban ánimos, e intentaban que sobrellevara tan desgraciado hecho, porque para él, lo era. Seis años casado y cuando un día vuelve temprano a casa, la pilla con su amiguita del alma, ¡con lo que habría gozado con un trío!, y resulta que las dos se entendían desde hace tiempo, ¡y vaya cómo se entendían¡



Cabizbajo y meditabundo se pasea por la calle, o camino del trabajo, del que cualquier día de estos le echan porque su depresión empieza a ser contagiosa.



Tras el divorcio su ex quiso deshacerse del piso conyugal, porque la otra en discordia tenía vivienda propia, pero él, no tenía nada, sus padres se habían mudado a Torremolinos debido al clima más benigno, y al ser hijo único, sin parientes cercanos en los que apoyarse, no supo a quien recurrir, así que aceptó vender la vivienda, pero se quedó el trastero, que no era uno cualquiera, sino que tenía las medidas adecuadas para ser un estudio, aunque sin agua, sin saneamiento alguno y sin calefacción.



Acabó alojándose en él, su situación bajo cubierta ayudaba a darle mucha claridad que entraba por dos ventanales, y con algo de maña, acondicionó el espacio como buenamente pudo.

En cuanto los vecinos se enteraron, protestaron, pues el habitáculo no estaba preparado para ser vivienda, y temían molestias de olores o algo peor. Pero él, con su apariencia depresiva, les convenció que iba a ser temporal, hasta que encontrase otro lugar donde ubicarse, de esto ya van para dos años. Por eso los vecinos dicen que muy bien de la cabeza no está.



Cierto es que el pobre hombre no molesta en absoluto, si acaso perciben olores de cocina cuando se acercan a sus trasteros, eso es lo menos que se temían, ya que no comprenden como se asea o hace sus necesidades allí dentro.

Cierto es que las medidas de su trastero, el más grande de ese ala, permitirían acondicionar un pequeño apartamento, pero al carecer de desagües hace el vivir allí un auténtico tormento.

Él hace todo lo posible por pasar desapercibido. Se ducha en el trabajo, cocina con un microondas y una placa eléctrica, para lavar los platos y utensilios de cocina usa un barreño, otro para la ropa y un tercero para un mínimo aseo personal en fin de semana. Toda ese agua la recoge en garrafas que de madrugada vierte en un descampado cercano, para luego abastecerse de una fuente cercana.



Lo que peor lleva es evacuar fisiológicamente. Antes de acostarse toma un café en el bar de la esquina para poder volver a casa liberado de ganas, y aprovechando el momento de deshacerse del agua sucia, otro tanto de lo mismo, y así al despertarse al día siguiente tras acudir corriendo a su trabajo, también defeca. Lo tiene todo bien organizado, lo malo es que parece un alma en pena.



Con apenas contacto con sus semejantes, tan sólo los compañeros de trabajo le hacen algo de caso, en asuntos de trabajo por supuesto, porque de lo suyo, ya nadie le pregunta, se saben toda la historia de Pe a Pa y todos decían que muy bien de la cabeza no está.



Un día de tantos, Armando se acercó de madrugada al descampado para deshacerse de su agua sucia, cuando sintió un retortijón de barriga que no podía calmar echando ventosidades, así que bajó el pantalón dispuesto a aliviar su malestar, el problema era con que iba a limpiarse al terminar. Miró enderredor por encontrar algún papel y en la oscuridad, encontró una bolsa de basura llena de papelitos pequeños. No olían mal, por lo que usó un par de ellos para rematar. Ya más relajado y tras llenar la otra garrafa en la fuente cercana, se acercó de nuevo para ver mejor los papelitos que tan oportunamente había usado. Si estaba medio dormido, se despertó al instante, pues parecían billetes de cincuenta euros.



Regresó a casa, portando sus garrafas y la bolsa con los supuestos billetes, que ya a la luz de una lámpara, consiguió corroborar que se trataba de dinero. Tenía miedo de contarlo porque parecía mucho, más del que había podido juntar en el banco en sus buenos tiempos, y tras dudar un escaso minuto, decidió quedárselo e invertirlo en comprarse un pequeño apartamento en un barrio humilde de la ciudad, porque estaba cansado de tanto trajinar con las garrafas y demás.



Estos días no se le oye más que hablar del problema que tiene con el fisco, pues tras comprarse un pisito y volver a aparentar ser un hombre cabal, bien vestido y arreglado y con ganas de charlar de fútbol, política o justicia social, le ha mandado una carta hacienda para averiguar de donde sacó el dinero, con el que pudo pagar su minipiso, y claro, como les va a contar que al ir a cagar se encontró una bolsa con dinero, nadie le va a creer y pensarán, con razón, que muy bien de la cabeza no está.




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