Muy bien de la cabeza no
está, era lo que pensaban todos de Armando, un tipo antaño bien
parecido y jovial que ahora no semejaba ni su sombra.
Desde su divorcio no es
el mismo, deprimente es la palabra que lo caracteriza, y lo malo es
que cuenta a diestro y siniestro su desgracia, a todo aquel que por
compasión le escucha, le suelta los pormenores de tan triste
situación, y eso se aguanta una vez, dos, pero a la tercera te
parece un plasta y evitas toparte con él para que no te pegue la
desdicha que lleva encima.
Inicialmente le daban
ánimos, e intentaban que sobrellevara tan desgraciado hecho, porque
para él, lo era. Seis años casado y cuando un día vuelve temprano
a casa, la pilla con su amiguita del alma, ¡con lo que habría
gozado con un trío!, y resulta que las dos se entendían desde hace
tiempo, ¡y vaya cómo se entendían¡
Cabizbajo y meditabundo
se pasea por la calle, o camino del trabajo, del que cualquier día
de estos le echan porque su depresión empieza a ser contagiosa.
Tras el divorcio su ex
quiso deshacerse del piso conyugal, porque la otra en discordia tenía
vivienda propia, pero él, no tenía nada, sus padres se habían
mudado a Torremolinos debido al clima más benigno, y al ser hijo
único, sin parientes cercanos en los que apoyarse, no supo a quien
recurrir, así que aceptó vender la vivienda, pero se quedó el
trastero, que no era uno cualquiera, sino que tenía las medidas
adecuadas para ser un estudio, aunque sin agua, sin saneamiento
alguno y sin calefacción.
Acabó alojándose en él,
su situación bajo cubierta ayudaba a darle mucha claridad que
entraba por dos ventanales, y con algo de maña, acondicionó el
espacio como buenamente pudo.
En cuanto los vecinos se
enteraron, protestaron, pues el habitáculo no estaba preparado para
ser vivienda, y temían molestias de olores o algo peor. Pero él,
con su apariencia depresiva, les convenció que iba a ser temporal,
hasta que encontrase otro lugar donde ubicarse, de esto ya van para
dos años. Por eso los vecinos dicen que muy bien de la cabeza no
está.
Cierto es que el pobre
hombre no molesta en absoluto, si acaso perciben olores de cocina
cuando se acercan a sus trasteros, eso es lo menos que se temían, ya
que no comprenden como se asea o hace sus necesidades allí dentro.
Cierto es que las medidas
de su trastero, el más grande de ese ala, permitirían acondicionar
un pequeño apartamento, pero al carecer de desagües hace el vivir
allí un auténtico tormento.
Él hace todo lo posible
por pasar desapercibido. Se ducha en el trabajo, cocina con un
microondas y una placa eléctrica, para lavar los platos y utensilios
de cocina usa un barreño, otro para la ropa y un tercero para un
mínimo aseo personal en fin de semana. Toda ese agua la recoge en
garrafas que de madrugada vierte en un descampado cercano, para luego
abastecerse de una fuente cercana.
Lo que peor lleva es
evacuar fisiológicamente. Antes de acostarse toma un café en el
bar de la esquina para poder volver a casa liberado de ganas, y
aprovechando el momento de deshacerse del agua sucia, otro tanto de
lo mismo, y así al despertarse al día siguiente tras acudir
corriendo a su trabajo, también defeca. Lo tiene todo bien
organizado, lo malo es que parece un alma en pena.
Con apenas contacto con
sus semejantes, tan sólo los compañeros de trabajo le hacen algo de
caso, en asuntos de trabajo por supuesto, porque de lo suyo, ya nadie
le pregunta, se saben toda la historia de Pe a Pa y todos decían que
muy bien de la cabeza no está.
Un día de tantos,
Armando se acercó de madrugada al descampado para deshacerse de su
agua sucia, cuando sintió un retortijón de barriga que no podía
calmar echando ventosidades, así que bajó el pantalón dispuesto a
aliviar su malestar, el problema era con que iba a limpiarse al
terminar. Miró enderredor por encontrar algún papel y en la
oscuridad, encontró una bolsa de basura llena de papelitos pequeños.
No olían mal, por lo que usó un par de ellos para rematar. Ya más
relajado y tras llenar la otra garrafa en la fuente cercana, se
acercó de nuevo para ver mejor los papelitos que tan oportunamente
había usado. Si estaba medio dormido, se despertó al instante,
pues parecían billetes de cincuenta euros.
Regresó a casa, portando
sus garrafas y la bolsa con los supuestos billetes, que ya a la luz
de una lámpara, consiguió corroborar que se trataba de dinero.
Tenía miedo de contarlo porque parecía mucho, más del que había
podido juntar en el banco en sus buenos tiempos, y tras dudar un
escaso minuto, decidió quedárselo e invertirlo en comprarse un
pequeño apartamento en un barrio humilde de la ciudad, porque estaba
cansado de tanto trajinar con las garrafas y demás.
Estos días no se le oye
más que hablar del problema que tiene con el fisco, pues tras
comprarse un pisito y volver a aparentar ser un hombre cabal, bien
vestido y arreglado y con ganas de charlar de fútbol, política o
justicia social, le ha mandado una carta hacienda para averiguar de
donde sacó el dinero, con el que pudo pagar su minipiso, y claro,
como les va a contar que al ir a cagar se encontró una bolsa con
dinero, nadie le va a creer y pensarán, con razón, que muy bien de
la cabeza no está.
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