Era de noche y
hacía un frío que pelaba. Mi novio y yo volvíamos del
velatorio del padre de un amigo que se había muerto en el pueblo,
por una carretera comarcal medio siniestra por la que al parecer solo
circulaba nuestro coche. Comenzó a nevar y a la vez nuestro
utilitario hizo un ruido como de tos y se paró en el medio de la
nada. Cojonudo. Llamamos a la grúa y nos dijeron que tardarían al
menos una hora en llegar. De mi boca comenzaron a salir sapos,
culebras y demás seres repugnantes. Para remate nos estábamos
quedando sin gasolina y hubo que apagar el motor del coche, con lo
cual nos quedamos sin calefacción. Y pasó una hora y pasaron dos y
la grúa sin aparecer.
-Podemos echar un
polvo – me propuso mi encantador novio al ver mi cabreo -Te haré
sentir el mejor orgasmo de tu vida y entrarás en calor.
No estaba yo para
muchas fiestas, pero comenzó a hacerme arrumacos, un besito por
aquí, una caricia por allá y yo caí rendida entre sus brazos y él
entre mis piernas. Disfrutamos de lo lindo, tanto que cuando volvimos
a la realidad nos dimos cuenta de que la grúa estaba aparcada a
nuestro lado. Los operarios fueron muy discretos. Sólo nos dijeron
que llevaban quince minutos esperando.
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