Si la vida es maravillosa y una
bendición y todas esas pamplinas, pero para quien tiene salud,
dinero y amor, o cualquiera de esas tres combinaciones para tener un
rato de felicidad.
Con dinero puedes hacer todo lo que se
te antoje, desde dedicarte a viajar por todo el mundo hasta comprarte
un palacio o tener un millón de amigos por interés, pero sin salud
todo ésto no hace feliz y sin el verdadero amor tampoco.
Yo una vez tuve mucho dinero, gracias a
dos herencias que se me juntaron. Soy nieto e hijo único por ambas
partes, así que cuando se fueron mis abuelos y mis padres de ésta
vida, me hice con un capital generoso. A mis sesenta años podía
vivir desahogado el tiempo que me quedase de existencia. Eso creía
yo en mis inocentes cábalas. Por supuesto que había tenido una vida
anterior. Muchas experiencias vividas, menos casarme, me pasó de
todo. Decidí sentar la cabeza al tiempo que iba a disfrutar de mi
dinero para gritar que por fin que la vida es bella.
Pedí mi jubilación anticipada de una
notaría estresante y me apunté por facebook a un grupo de singles,
(denominación anglosajona para los que estamos solos y... quizás
queremos seguir estandolo) pero de vez en cuando nos apetece
compañía. En uno de esos encuentros conocí a Petunia, una mujer de
treinta y siete años, de muy buen ver, por lo menos para mi gusto.
Con aficiones muy parecidas a las mías. Enseguida congeniamos y nos
intercambiamos el número de teléfono para citarnos sin más gente y
así poder conocernos mejor.
Al principio todo era un cuento de
princesas y príncipes encantados, yo no sabía si lo que sentía era
obsesión, amor o una mezcla de ambas cosas. Pero todos los días la
llamaba y le mandaba wassap hasta que un día ocurrió lo que quizás
otros hubiesen intentado el primer día, el momento sexual.
La invité a mi palacio, adquirido
meses atrás por un módico precio. Sólo estaríamos ella y yo, un
mayordomo y una sirvienta.
La cena se sirvió puntual y mientras
íbamos hablando de cualquier tema que surgiese con entusiasmo, yo la
desnudaba con la mirada. Estaba tan preciosa a la luz de las velas...
Una vez terminada la cena y retirado el
servicio, la invité a pasar al salón donde estaba decorado de forma
clásica, con su chimenea, una librería llena de libros antiguos,
unos sofás de piel marrón y mi mueble-bar, donde le serví un
whisky con hielo, el único alcohol que solía tomar.
Cuando vi la ocasión le quité el vaso
de la mano y luego de posarlo sobre la mesilla la besé
apasionadamente y me correspondió. Creo que estuvimos media hora
pegados boca con boca antes de subirla a mi habitación y concluir
con mi gran deseo, hacerla mía durante toda la noche.
En la habitación le di un regalo que
tenía preparado para la ocasión y se metió en el baño con el
picardas en mano. Yo la esperé en la cama ya desnudo completamente.
La espera se me hacía eterna y la
llamé. “Petunia, ¿todo va bien?” y ella asomando por la puerta
contesta, “ya estoy”. Se me acerca y yo estaba como en las nubes
ante tal belleza. Un cuerpo perfecto enfundado en una prenda sexy a
la par que elegante. Le hice un hueco en mi cama y comenzamos a
besarnos largamente, a acariciarle los senos y probandolos
dulcemente, hasta que mi mano fue bajando y bajando hasta su secreto
mayor guardado y de pronto di un salto fuera de la cama... ¡su
miembro era mayor que el mío!. Ella se sintió turbada y quiso
explicarse, no había encontrado el momento de confesarme que había
nacido varón. Yo me tapé mis partes como pude y me fui al baño,
todo lo que se había subido, se me había bajado de un plumazo, todo
menos el amor. Yo seguía amando a Petunia.
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