Purgatorio - Esperanza Tirado Jiménez





Su vida siempre se centró en atender y enseñar a los hijos de otros. Nunca sintió la necesidad de tener los suyos propios. Siendo profesor estaba rodeado de ellos prácticamente a todas horas.

Por un error administrativo ese curso no daría su habitual clase de Historia, asignada en los últimos años. Quizá el karma, el destino o los años, indicaban que necesitaba pasar un tiempo de descanso, alejado de las aulas. Aunque precisamente estar ocupado en el papeleo burocrático no era su idea de unas vacaciones. Más bien al contrario.

Será una especie de purgatorio. Ni dentro de las clases ni fuera del centro educativo.

El director del instituto, un tipo joven y enérgico, siempre tenía alguna ocurrencia para animar a sus compañeros. Pero a él no le hizo ni pizca de gracia.

A la puerta de la sala de profesores acudió una representación de alumnos. Querían que Ale, el mejor de todos los profes, les diera clase. Si él no estaba harían una sentada hasta obligar a quien fuera a que Ale volviera.

La reacción sincera y espontánea de los alumnos actuales le hizo volar hacia atrás a aquellos primeros tiempos y a aquellos primeros alumnos a los que se enfrentó, con mucho respeto, algo de miedo y toda la ilusión por comenzar un viaje en el mundo de la enseñanza.

Qué tiempos aquellos en los que vivía en una habitación del piso superior de la escuela en el pueblo. Recordaba cómo en invierno el hielo hacía estallar las viejas tuberías y las manos se congelaban y no había manera de escribir porque la tiza se iba sola. Y recordaba con cariño a sus alumnos, que caminaban monte a través, desde varias aldeas próximas, que le traían en tarteras metálicas algo de comida, cocinada por sus madres en la lumbre del hogar.

Entonces era Don Alejandro. Cincuenta y muchos años menos pero el ‘Don’ iba siempre delante. Su figura era reconocida en cada aula que pisó, en cada pueblo que habitó. El maestro de escuela rural era querido y respetado por todo el mundo. Y él se volcó con sus alumnos, inventando nuevas formas de dar sus clases, saliendo al campo, preguntando a los aldeanos, haciendo que todos participaran y aprendieran de verdad.

Al principio se ocupaba de dar todas las asignaturas a alumnos de distintas edades. Cada asignatura era un mundo. Y cada alumno también. Para él no había nadie incapaz. Con su sonrisa sincera y su gesto tranquilo sabía sacar de todos lo mejor de sí y todos se lo agradecían. Lo hacía de corazón. Era su idea de vocación verdadera en la que sus alumnos lo eran todo, casi su familia. A veces casi pensaba que lo hacía por él, para no sentirse solo.

Hasta que la Burocracia llegó y lo cambió todo, borrando sus cincuenta y pico años de muchos esfuerzos y otras tantas alegrías. Entonces, sus métodos fueron observados con lupa. Y sus clases fueron inspeccionadas por serios funcionarios de traje oscuro y formularios eternos.

Se vio obligado, como todos sus compañeros, a cambiar sus esquemas, limitándose a impartir una sola asignatura por curso, siguiendo las normas marcadas desde un Ministerio todopoderoso que todo alcanzaba con sus garras invisibles.

Para él casi fue una especie de castigo, una penitencia, su purgatorio particular por haber sido tan libre en su forma de enseñar.

A pesar de todo, su vocación seguía allí, quizá algo escondida como sus pequeños trucos, que aún seguía utilizando en clase para animar a sus alumnos.

Pasaron más años y más alumnos agradecidos y la Burocracia se hizo un monstruo que devoró sus últimas ilusiones y su vocación de enseñante.

Finalmente se rindió ante El Monstruo. En su último día en el instituto no se impartieron clases. La pena de irse al gris purgatorio de la jubilación se vio compensada con globos y confetis de mil colores, abrazos, aplausos, una tarta enorme y miles de gracias y caras felices.


Todos sus compañeros y antiguos alumnos aún lo recuerdan caminando por los pasillos arrastrando los pies, con una sonrisa siempre a mano para todos, por las alegrías vividas y el trabajo bien hecho; pero con la cabeza casi gacha, por el peso de los años y de la maldita burocracia.





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