Tengo razones para creer que la vida
no me ha dado apenas satisfacciones, aunque si me preguntan cómo
estoy yo voy a contestar que “bien, sin problemas, todo perfecto”.
Aún vivo en casa con mis padres, a
pesar de que hace un mes he cumplido treinta y un años.
Desde muy temprana edad necesito la
ayuda de mi madre para asearme y vestirme. Claro, de niña es lógico,
pero cuando vas creciendo se supone que una debe aprender a ser
independiente.
Cuando iba al colegio, en el recreo me
sentaba en un banco del patio a observar como jugaban mis compañeras
de clase al “pilla- pilla” a mi me dejaban por torpe, si
intentaba correr siempre acababa de bruces contra el suelo. Fui
creciendo y no fue mejor. En mi adolescencia me di cuenta de que ir a
la discoteca sólo para escuchar música, era tirar el dinero, no
podía bailar sin dar un traspiés. Además ningún chico se ponía a
hablar conmigo porque agraciada físicamente tampoco lo soy.
Demasiado delgada, demasiado entrecejo, demasiado fea. No me sé
maquillar y a causa de mis temblores corporales tampoco puedo, es
probable que si lo intentase acabase como un cuadro de Picasso.
Me quedé en casa, con la única
compañía de mis novelas de amor y mis CDs de Laura Paussini.
Hace diez años mi padre me regaló mi
primer ordenador. Fui a clases de informática para saber utilizarlo.
Cómo me apliqué muchísimo en todo lo esencial para poder navegar
por Internet, enseguida dejé el curso quedándome en mi habitación,
en mi refugio, con mi música, mis lecturas y el último gran
descubrimiento. Los chats de contactos.
Al principio me costaba meter los
dedos en las teclas correctas para poner una palabra, pero con
paciencia, todo tranquilamente, fui cogiendo práctica.
Iba leyendo en la pantalla general los
temas de los que se hablaban hasta que me fijé en un nick o apodo
que casaba perfectamente con el que yo me había puesto, así que me
armé de valor y le puse un privado, osea, que cliqué sobre su
nombre, se abrió una ventanita donde poder escribirle unicamente a
él. Una conversación entre él y yo solos;
“ANGELINA: Hola
BRAD: Hola Angelina, ¿qué me
cuentas?.
ANGELINA: Ante todo perdona por
abordarte, es que me hizo gracia tu nik.
BRAD: ¿Qué tiene de gracioso?
ANGELINA: No, el nombre no es gracioso,
es que yo… bueno que mi nik es Angelina.
BRAD: Sigo sin entenderte Angelina.
ANGELINA: prueba a pronunciar mi nik en
ingles, osea pronuncia la g como si fuese una y, ¿comprendes?
BRAD: No, yo estudié francés.
ANGELINA: En francés se pronuncia
igual que en ingles.
BRAD: Ah, vale, ¿y cual es la gracia?
ANGELINA: Bueno, déjalo, da igual. “
Estuve dispuesta a cerrar la
conversación ante un tipo de mente tan corta, debí hacerlo en ese
momento y cerrar el ordenador, pero no lo hice así, y nos dimos el
correo, dejé de meterme en chats para hablar exclusivamente con él
por messenger.
Con el paso de los meses él se empeñó
en tener una cita, yo intentaba posponerla, porque una cosa era estar
bajo la protección de una pantalla y poder decir que yo era igualita
a Angelina Joly y otra distinta la puñetera realidad, con secuelas
de parálisis cerebral y sin aceptarme.
Me estaba enamorando por primera vez.
La cita no podía retrasarla más o lo perdería, aunque en mis
pensamientos sabía que lo perdería de todas maneras.
Brad y yo no sólo nos comunicábamos
por Internet, también hablábamos largo rato por el móvil. Nos
citamos en la plaza del Pilar pues los dos vivíamos en Zaragoza.
El era un hombre bastante normal, ni
siquiera un poco se parecía a Brad Pit. Cuando lo vi acercarse con
un libro de una famosa autora de novela romántica, sabía que era
él, hasta entonces nunca nos habíamos visto, ni siquiera en foto.
A mi me vio parada y pasaba
desapercibido mi tembleque corporal. Dicen que la primera impresión
es la que cuenta, y él me impresionó gratamente.
Nos fuimos a la cafetería de al lado a
charlar, mientras tomábamos un café. Hablábamos de muchos temas
aunque yo era consciente de cómo me miraba cuando agarraba mi taza y
desparramaba medio café antes de llevarlo a los labios. Nos
despedimos y quedamos en volver a vernos. De ésto han pasado años y
por supuesto he dejado de esperar. Simplemente desapareció de todos
lados, del móvil, del mesenger, en definitiva, de mi vida.
Después de tanto tiempo de haberme
alejado de todo tipo de chats y de mantenerme ocupada en tertulias de
literatura y clases de teatro, que favorecían mi movimiento corporal
e intelectual, he vuelto a decidirme a abrir las puertas al amor.
Conocí a otro hombre por Internet que
es sincero, simpático y después de un mes de charla me ha pedido
que sea su novia. Los adelantos de informática a estas alturas han
avanzado tanto que hasta un ciego puede usar el ordenador. Mi nuevo
amor es ciego y me mira con los ojos con los que todo el mundo
debería mirar, los del alma. No estoy aún en el cielo, pero estoy
en ese lugar cercano, el purgatorio, esperando a que me den la
oportunidad de ser feliz.
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