La señora Paca
vendía embutidos en un puesto de la plaza de abastos,allá por los
años cincuenta. Su marido había muerto en la guerra y la había
dejado con seis hijos pequeños. Gracias a la ayuda del alcalde del
pueblo, un buen hombre que sintió pena de la situación, consiguió
montar aquel modesto negocio y así sacar adelante a sus retoños. La
más pequeña, Margarita, era la única que le había salido lista y
con inquietudes. Le gustaba la música y su ilusión era ir al
conservatorio, pero Paca pensaba que aquello no eran más que
tonterías y la puso a trabajar con ella en el puesto, como castigo
por sus pocas luces. Margarita veía como sus ilusiones llevaban
camino de quedarse en eso, en ilusiones, y ya casi estaba resignada
cuando un golpe del destino cambió su vida. Vino de la mano de un
hombre extraño que apareció una mañana por la plaza y le pidió
veinte kilos de morcillas. La muchacha le contestó que no las
tenía, pero que se las podía preparar para el día siguiente. El
caballero, a su vez, le comentó que no se las podía pagar con
dinero, pero que le proponía hacer un intercambio interesante. Algo
vio Margarita en aquellos ojos, una luz, un destello extraño que le
decía que podía confiar y aceptó el trato sin tener ni idea de qué
era aquello que iba a recibir. Al día siguiente, preparados los
veinte kilos de morcillas, vio llegar a su enigmático cliente
conduciendo un destartalado camión. Sin mediar palabra tomó a la
muchacha de la mano, la acercó al vehículo, abrió la puerta
trasera y el mostró un piano.
-Cumple tus
sueños siempre – le dijo – No renuncies a nada que te pueda
hacer feliz.
Y se fue sin ni
siquiera llevarse su encargo.
Margarita llegó
a ser una buena profesora de música y toca el piano con maestría,
mientras que el guardián de su vida, al que no le gustan nada las
morcillas, la vigila con diligencia desde una dimensión desconocida
para nosotros, simples mortales.
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