Tengo
el umbral del dolor muy alto, por eso cuando sentí aquellas punzadas
a la derecha de mi vientre, apenas les hice caso, un analgésico y a
seguir adelante. Los nietos, la casa, las amigas, necesitaban mi
plena atención y por un pequeño dolor no se debe parar, los años
se van notando y dolores siempre tengo, así que pensé que era otro
achaque más debido a la edad.
Aquel
dolorcillo de marras me llevó finalmente a urgencias, hacía dos
días que no pegaba ojo por la noche y empecé a preocuparme. En
cuanto aparecí en el mostrador de recepción y me vieron el
semblante, me pusieron una pulserita y a caminar por la línea roja.
Ese color me alarmó, si podía caminar es que no estaba tan mal,
pensaba yo. La placa y los análisis dieron nombre a mi malestar,
una peritonitis. Apenas tuve tiempo de hablar con mi hija mayor para
darle instrucciones, tan sólo decir las palabras urgencias y
peritonitis, saltaron todas las alarmas. Me llevaron en camilla al
quirófano y tras un par de tiritonas por la frialdad del lugar, me
quedé dormida y no recuerdo más.
Me
contaron que apuntito estuve de perforar el intestino, por suerte
llegaron a tiempo, una vez terminada la operación me llevaron a la
UCI, donde debía recuperarme, sin embargo arrastraba tal cansancio,
que estuve cuarenta y ocho horas durmiendo, preocupando a los médicos
y a mi familia, según decían no era normal. Una vez despierta me
subieron a planta, donde todos y cada uno de mis seres queridos
aparecieron para saludarme, llevarme revistas, cojines y hasta
bombones. Si lo llego a saber me pongo enferma antes. Las visitas
procuraban no molestar a la vecina de cama, quien en postura fetal no
paraba de dormir. Mis acompañantes me ayudaban a tomar zumos o
caldos sosos que probaban si mi cuerpo funcionaba correctamente. Por
la noche el sueño me costó alcanzarlo, enchufada a un gotero y a un
drenaje en la herida, no encontraba postura, resultándome difícil
relajarme para dormir, así que me dediqué a pensar y planear las
siguientes semanas tras darme el alta.
De
madrugada llegaron las enfermeras poniendo el termómetro, mirando la
tensión y observando los líquidos que mi cuerpo rezumaba, medio
atontada oí como llamaban a mi compañera de habitación, Consuelo,
no la veía porque me daba la espalda, aparentaba estar peor que yo
porque ni siquiera se dignaba mirarme, tan fea no soy ¡jolines!. Al
traer el desayuno nos vimos las caras, ¡oh sorpresa! Era Chelo,
querida amiga de mis años mozos y que por circunstancias de la vida
habíamos desconectado.
-¡Vaya
Chelo, mira donde vamos a encontrarnos!
-Sí
Pepa, casualidades de la vida.
-¿Qué
tal te va? ¿Continúas con tus conferencias internacionales?
-Sí,
en ello estaba hasta que una maldita piedra en el riñón me ha
traído hasta aquí.
-Vaya,
lo siento, y por lo demás, ¿estás bien? ¿Sigues casada con aquel
senegalés?
-No,
hace mucho que lo dejamos, pero ¿a ti que te importa?
-Bueno
mujer, no te pongas así, intentaba saber qué tal te había ido
todos estos años, bueno, saberlo lo sé, porque sigo tus andanzas
por la televisión, los periódicos o las revistas, te has hecho muy
famosa y eres presencia obligada en cualquier evento de la izquierda.
-¿Lo
dices con retintín?
-No
seas tan mal tomada, ¡caray!, ya sé que te dejé colgada con
nuestro proyecto feminista, reactivar el papel de la mujer en la
sociedad, reivindicar mayores ayudas en el trabajo, en las familias,
y todo aquel universo justo con el que soñábamos, pero pudo más la
realidad que todas nuestras fantasías emancipadoras.
-Ya,
claro, y te convertiste en una mujer florero, una mantenida ama de
casa que no paraba de salir en el papel cuché con famosos y
deportistas.
-Eso,
pero a los políticos ni agua, no tienen palabra, de eso sabes tú
mucho ¿o no?
-No
te evadas del tema, quedaba poco para terminar cuarto de derecho y me
dejas con nuestro proyecto, ese que desde niñas habíamos planeado
para reclamar un espacio justo a las mujeres. Te largas con un
abogaducho de tres al cuarto que luego entró en un bufete
internacional de chiripa y no parabas de aparecer en la prensa rosa.
Que si dando meriendas para los desfavorecidos, que si subastas para
los huerfanitos, dabas asco con esos aires de burguesa benefactora.
-¿Y
tú qué? Mi cuerpo es mío y tan liberal te hiciste que te acostabas
con cualquiera que pudiera ofrecerte adoctrinar a mujeres del tercer
mundo, explicándoles que sexo sí pero maridos e hijos no. Mejor
haberte quedado en casita que casi te ahorcan en Bangladesh por
apostasía. ¡Vamos a dejarlo ya, vale! Que no tenemos cuerpo para
discusiones.
-Sí,
tienes razón, al alterarme me duele mucho más.
-Si
te molestan mis visitas, no te cortes en decirlo, somos muchos de
familia y mis amigas se sienten en la obligación de entretenerme
para que no me aburra, algo que estoy deseando hacer, sinceramente.
-Ya
me he fijado que te contemplan mucho, es evidente que te has hecho
querer durante estos años, no sólo por la familia, sino por las
instituciones, también te he seguido en la prensa rosa, no te creas
que me guste leerla, pero siempre he sentido curiosidad por ti, por
ver cómo te iba y a quien ayudabas.
-¡Vaya
dos! Oye que te parece si enterramos el hacha de guerra y nos
volvemos a tratar. Reconozco que te fallé en la facultad, pero
perdí el sentido con Fran, me enamoré hasta las trancas.
-¡Vaya
lenguaje para toda una dama!
Las
dos rieron a la vez como si el tiempo no hubiera pasado, cada una
tomó distinto camino en su vida, pero las dos tenían en su código
de ADN el ayudar a los demás, si bien lo hicieron de diferente
manera, ambas lograron sus propósitos. Tras pasar los médicos e
informar a sus pacientes de resultados de las pruebas, quedaron un
rato en silencio, descansando, en breves minutos entrarían
familiares para ayudar a las enfermas.
Pepa
se dio cuenta que Chelo no tenía visitas, no quería comentarlo para
no entristecer o molestar a su amiga, así que decidió compartir las
suyas que eran más de las que podía soportar en su estado.
-Sara,
Andrea, ¿sabéis que mi compañera de habitación es amiga mía de
toda la vida? Es una famosa abogada que sale mucho en la tele, ¿no
la reconocéis?
Así
fue como dos viejas amigas retomaron su amistad, el alta lo
recibieron a la vez y se fueron a celebrarlo a una cafetería para
resarcirse entre risas del café tan malo del hospital. Chelo,
debido a su exclusiva dedicación a causas y organismo feministas a
lo largo del mundo, no tenía familia ni amigos con quien compartir
ratos de ocio o celebraciones, pero la gran amistad que la unía a
Pepa hizo que se involucrara en su vida, que la familia de ella fuera
también la suya, porque un día se sintieron hermanas y a pesar de
la distancia ese sentimiento perduró siempre.
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