De la serie "Relatos sobre una cuarentena"
Una
de mis mayores aficiones es escribir. Era feliz cuando buscaba el
silencio de mis cuatro paredes para llenar la página en blanco. La
vida transcurría tras la ventana cerrada, solo yo y mis personajes
enredados en hilvanar mil y una historias. No sentía las risas de
los niños ni las chácharas de las vecinas ni los pitidos de los
coches ni el sonido del móvil. Ahora, confinada en un silencio
impuesto, mi mente se niega a trabajar, como si alguien la hubiera
sacado de la lista de actividades esenciales. La llamo con
insistencia, pero se niega a contestar. Ya no hay dentro de mí ni
personajes ni historias. Solo busco una luz en la ventana, el sonido
lejano de la risa de un niño, la cháchara de las vecinas otras
veces incómodas, el ruido de un atasco, la llamada del móvil. Sé
que esto pasará, que todo volverá a la normalidad. Pero mientas
tanto, el tiempo para mí se ha convertido en un vacío que no llenan
ni las películas ni los libros ni las video llamadas ni los aplausos
de las ocho. Sé que tengo suerte, de momento a salvo y sin ausencias
de familiares o amigos. Pero eso no logra calmar mi desasosiego de
tiempo perdido, de vivir solo para que los días se sucedan iguales
unos a otros, sin interrupción, a la espera de ver una luz en la
distancia. Quizá sean así los días de aquellos que ya tienen
demasiados años, los que lucharon para dejarnos un mundo mejor, los
que están sufriendo esta pandemia con especial virulencia, yéndose
en silencio, abatidos por un enemigo tan minúsculo como cruel. El
silencio me consume, llena mi vida, mi casa, mis cuatro paredes, mi
angustia y también mi esperanza. Espero que lleguen pronto tiempos
mejores, pero también espero que esta lección no la olvidemos
nunca.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
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