De la serie "Relatos sobre una cuarentena"
Mis
oídos huyen de ti y a la vez te buscan.
Esa
paz disfrutada tantos años
compañera
en mi quehacer diario,
permitiendo
reencontrarme conmigo mismo
a
la par que ofrecerme a mis semejantes desconocidos
y
ahora, debido al paso de los días vividos,
me
resulta negado.
El
crujir de mis huesos al levantarme cada mañana,
mi
respiración entrecortada mientras me visto,
la
suela de mis zapatillas cuando camino,
te
he perdido, he perdido al silencio
y
será difícil volver a su encuentro.
Pero
estos ruidos internos que provocan los tinnitus
no
son peores que el silencio de estos días en los cementerios,
en
los pabellones de hielo donde reposan cientos de féretros,
con
quienes eran personas hasta hace un momento
y
que ni siquiera te sentirán, silencio,
porque
para ellos el tiempo se ha agotado,
han
hecho solos el viaje eterno
y
a sus familias quedará el desconsuelo
del
tiempo perdido sin ellos,
sin
sus sonrisas o sus lamentos,
pero
sobretodo sin su presencia ni acompañamiento.
Desde
la celda de mi monasterio,
rezo
por todos ellos,
rezo
por mis sonidos para que dejen de ser tan tercos
y
se aplaquen uno a uno,
o
cuando Dios disponga de ello,
pero
por lo que si rezo
es
porque el silencio me envuelva,
y
no a ellos.
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