De la serie "Relatos sobre una cuarentena"
I
El chorro de
agua que caía de la alcachofa de la ducha formado por minúsculas
gotitas, golpeaba su cara suavemente proporcionándole el placer de
un masaje relajante.
“Gracias hermano agua”-musitó Jaime en un susurro.
“Me limpias, me hidratas, me
nutres”-reconoció desde el pensamiento.
Siempre el aseo y
la limpieza del templo de su cuerpo le transportaba al reconocimiento
de todos los elementos con los que la madre Tierra provee a la
naturaleza para su esplendor y para la riqueza a nuestro servicio.
La hierba fresca en primavera mantel de mil
flores que nadie sembró y son alimentadas por el astro rey.
Los insectos que
liban y transportan la polinización, que mantienen el equilibrio
natural de la flora y la fauna.
El huerto, aquel vergel que cada época le
demuestra el resultado y producto del laboreo.
Igual que el de la
propia vida. Ahora planto, luego limpio y podo, arranco las hierbas
que parasitando las energías estorban al crecimiento y riego siempre
riego. ¡Bendito hermano agua!¡Bendita consciencia e intención!
Después de un frugal desayuno salió a recoger los tomates,
berenjenas y alcachofas para preparar su receta.
La vida tan sencilla y tan limpia y dadivosa le parecía
bella.
Se acordó del cobertizo. Que aquel techado fuese tan viejo no
era motivo para que estuviese tan desordenado. Rompía la armonía en
su existencia. No
fue fácil encajar y colocar las piezas. Hubo de desechar mucha
escoria inútil por la que aún sentía un tóxico apego. Se sintió
feliz y libre cuando todo quedó en equilibrio.
Invadido por un dulce bienestar y ya en la cocina, se dispuso a
elaborar la receta.
Encendió la tele en busca de noticias sobre esta situación vírica
e infecciosa que estaba solapando la existencia del planeta y la
dirigía a no se sabe dónde.
Y no pudo, no soportó
el discurso de falsas banderas que allí se emitía haciendo creer
bulos y mentiras como si fuesen la única y auténtica verdad.
Etiquetando
al de la corona como el más maldito de los enemigos espontáneos,
escondiendo y tapando las manipulaciones innecesarias y peligrosas
que los laboratorios desempeñan para el control y manipulación de
todo cuanto respira en el universo que habitamos.
Y él lo sabía, jamás la plaga invade el ánimo y
el espacio que se alimenta con la voluntad de cuidados necesarios y
exquisitos.
Se
acercó al aparato. Pulsó el botón.
Se acabó la
transmisión.
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