De la serie "Relatos sobre una cuarentena"
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¡Hola que tal estas! Vaya lata esto del confinamiento ¿verdad?
A
mí me va bien, estoy consiguiendo sacar aspectos positivos de tanta
norma como ponen. Positivos, sí, por ejemplo me estoy enterando de
si mis vecinos tienen más o menos de setenta años, como nos han
puesto horario de paseo por edades, se puede cotillear mucho. Aunque
claro siempre hay despistados, por no llamarlos otras cosa, que lo
hacen a destiempo. Igualmente pasa con los niños, mira que dicen de
una hora solamente y sin acercarse a otros, pues se ve quienes tienen
padres responsables y quienes, como te diría, de los otros. También
me he dado cuenta que la mayoría de mis conciudadanos tienen un gen
defectuoso, no saben distinguir su derecha de su izquierda, y van por
el lado contrario de la acera esquivando a los que cumplen las normas
del ayuntamiento, circular por la acera derecha y por la derecha de
la acera.
Como
ves tenemos de sobra para criticar y entretenernos, pero lo mejor ha
sido que después de tanto tiempo tengo a Toño en casa. Me voy
temprano a trabajar y cuando vuelvo, Toño está en el salón. Hago
la comida, comemos y Toño se va al salón. Recojo todo el cacharreo
de la cocina y salgo a hacer la compra. Cuando vuelvo Toño sigue en
el salón. Guardo la compra, plancho o pongo lavadoras, limpio si
hay buena luz y Toño en el salón. Hago la cena, cenamos y Toño
vuelve al salón. Oye es como estar viviendo sola pero con compañía.
Además
tenemos un invitado de lujo, no sabes quién está casi todo el día
en el televisor tan grande que compramos con la paga extra de
navidad, pues Rafael Nadal, todo el tiempo viendo partidos de tenis,
así que el otro día Toño se mosqueó un poco porque al llamar a
cenar les llamé a los dos, está más tiempo con Rafael que conmigo.
Pero
oye mano de santo, desde ese día no veas lo que ha cambiado, me
senté con él un ratito en el sofá y me dio un beso
en la mejilla, al día siguiente otro casto en la boca, al tercero ya
fue uno de esos con lengua que ni recordaba ¡vaya subidón! Ni te
cuento al cuarto día lo que hicimos, un poco tanteando, porque hacía
tanto que nuestros cuerpos no entraban en contacto que no sabíamos
por donde seguir. Tanto tiempo viviendo en la misma casa pero sin
vernos ha sido un descalabro sexual. Nuestros horarios de trabajo no
coincidían, cuando yo iba él venía, cuando yo descansaba él
trabajaba, así que sólo nos veíamos en cumpleaños o celebraciones
familiares, un desastre.
Pero
oye, que lanzado se ha vuelto, todos los días hacemos triqui triqui,
pero he tenido que espabilar, porque al principio era al irnos a
dormir, con tanta agitación no conseguía pillar un sueño decente y
al día siguiente a madrugar. Ahora llegan las seis de la tarde y
preparo la cena, pongo mi vestido de verano con tirantes que
transparenta y sin nada debajo, paseo por el salón colocando bien
las revistas, estirando las cortinas o regando las plantas, y al
verme tan sugerente ¡zas! Que se me anima mi Toño que no veas, así
que estoy encantada con el encierro.
Salvo
la otra noche que me dio un susto tremendo, estaba preparando la
maniobra de siempre cuando me llamó mi hermano, mi cuñada se había
caído y tenía el brazo en cabestrillo, intentaba poner la lavadora
porque la ropa estaba llena de sangre y quería limpiarla pero no
sabía cómo funcionaba, no le podía preguntar a ella porque le
habían dado un tranquilizante. Me acerqué a su casa y
efectivamente la pobre estaba como una marmota, le enseñé a
programar el electrodoméstico y mientras lavaba nos pusimos a
charlar de nuestras cosas, cuando acabó el programa le indiqué como
tender estirado para no causar arrugas a las prendas y así fue que
volví a casa bastante tarde. Entré de puntillas hasta la cocina,
donde al pisar bien noté un chirrido de mi zapato izquierdo, me lo
quité y vi incrustada una
piedra en la suela,
al coger un cuchillo para despegarla oigo hablar en voz alta a Toño.
Me quito el otro zapato y acudo sin hacer ruido al dormitorio, donde
estaba venga a gritar ¡Yo
quiero mi test! ¡Yo quiero mi test!
Debido
a la oscuridad no sé si estaba soñando o despierto, pero como le vi
tan agitado, di la luz, estaba empapado en sudor con la cara
congestionada. Me asusté mucho pero no podía ser el coronavirus
porque lleva encerrado en casa dos meses, no ha salido ni al
peluquero que tiene unas greñas de hippie como cuando le conocí con
quince años. Tras calmarle le mandé ponerse un pijama de verano de
algodón y más fresquito que el que tenía puesto de franela largo
de invierno. Con el calor que está haciendo estos días de más de
treinta grados no nos ha dado tiempo a cambiar de vestuario ni la
cama y dormimos con dos mantas y el cobertor. Poco a poco se fue
tranquilizando y tras refrescarle la cara se durmió con la cabeza en
mi pecho. A la mañana siguiente estaba otra vez en el salón en
compañía de Nadal, y por la noche cumplió.
¡Ay
mi Toñin, no te preocupes que de ti me ocupo yo!
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