Si
pudiéramos dar marcha atrás en el tiempo y cambiar algo...Yo
modificaría la muerte de la bisabuela. Si, una muerte triste y muy
prematura … Pero el pasado no se puede cambiar, aunque creo que
hoy sí puedo hacer algo para modificar el futuro… Bueno, os
cuento.
Cuando
murió la bisabuela, a Felisa, la hermana de la abuela, le cambió
la vida de la noche a la mañana. Ella era joven, con ilusiones,
despreocupación y seguro que con ganas de vivir… igual que yo y
todos vosotros, pero, con la muerte de su madre tuvo que hacerse
cargo de la casa, de su padre y de seis hermanos más pequeños que
ella, como bien sabéis. Era lo que había. A la mayor le tocaba ser
la sustituta. ¿Creéis que hoy sería distinto? Lo dudo…
Seguro
que nadie le consultó si quería, o si le venía bien en aquel
momento, ¡menudo marrón! lo sé por mamá, la abuela lo veía
desde si misma y le hablaba mal de ella y de lo mal que la trataba,
no podía ponerse en su lugar… Fue una auténtica guarrada que su
madre muriese precisamente en aquel momento. No sé si sabéis que no
hacía mucho que la guerra civil había acabado. Ni me imagino qué
es vivir con una guerra, pero sé que Felisa empezaba a respirar
después de aquel terror absurdo. Estaba enamorada y, aunque sé que
a su padre no le gustaba aquel novio, a ella, joven e inconsciente,
le importaba más bien nada, no me extraña, yo haría lo mismo. Se
veían a escondidas en el pueblo y eso que todos los conocían.
La
situación económica de la familia entonces no era boyante, todo lo
contrario, aunque con dignidad mantenían aquel estatus social de
“familia bien”, que siempre habían tenido, intacto y limpio de
polvo y paja, como decía la abuela. Era una familia respetable,
pero, también respetada por lo buena gente que era. Y eso pesaba en
el ánimo de Felisa.
Al
colegio de las monjas ya no iba. En aquella época las niñas bien
sólo estudiaban una cultura general, los niños ya era otra cosa, y
ella la había terminado. Bordaba en casa el ajuar para cuando se
casase, salía con las amigas de toda la vida y, sin que nadie se
enterase, cortejaba con aquel novio al que consideraban poco pero
por el que “bebía los vientos”, esto me lo dijo Felisa no hace
mucho, tal cual ¡Qué horror! Beber los vientos…
Cuando
su madre murió todo se trastocó y Felisa pasó, muy a pesar suyo,
de ser hija a ejercer de ama de casa. Sus dos hermanas pequeñas, la
abuela Rosa y la tita Clara, tampoco lo tuvieron nada fácil,
perdieron a una madre y no encontraron el cariño perdido en su
hermana. Ella pasó a ser una madrastra para ellas, palabras
textuales de ambas. ¡Cuánto les hizo de rabiar! Si ella no podía
pasarlo bien sus hermanas tampoco. Ellas dos fueron las víctimas
propicias de su rabia “contenida” decía mamá cuando salía el
tema, pero sólo con ellas afloraba la mala leche. Se conoce que ya
la traía de serie porque si no no lo entiendo… Los demás hermanos
enseguida se pusieron a trabajar, salieron de casa, y alguno hasta
cruzó el charco buscando mejores oportunidades. Era una época de
auténtica pobreza y está claro que emigrar no era lo peor que les
podía pasar.
En
la casa de la abuela pronto quedaron las tres hermanas, solas, con su
padre, ausente de los asuntos domésticos, como buen padre de
familia. Felisa, la abuela y la tita Clara, tres hermanas que
querían disfrutar y no siempre se les permitía. Una, porque sus
obligaciones domésticas se lo impedían y las otras, porque su
hermana mayor no les dejaba, y esto marcó su relación, aunque en
unos años Felisa se casó y se fue a vivir a otro pueblo con su
marido.
Las
tres crecieron con la espinita clavada de aquellos años tan
difíciles y no perdían ocasión de echarse en cara, muchas veces
sin claridad, aquello que les dolía.
No
tenían buena relación aunque tampoco se puede decir que fuera mala,
era una relación amor-odio envuelta en educación, religión y
saber estar. Aunque, de tarde en tarde salían sentimientos de culpa
por no contribuir lo suficiente al entendimiento, y eso que acabaron
viviendo las tres en el mismo pueblo y no muy lejos las unas de las
otras, eso sí, cada una en su casa y con su vida, a pesar de que
mamá intentó que viviesen juntas al quedar viudas, pero fue
imposible.
Felisa
y la abuela Rosa se casaron. Clara quedó para vestir santos, como se
decía entonces, y fue a lo que se dedicó. Creo que en la vida no
hizo otra cosa. De las tres solo Rosa tuvo hijos, y con los años,
nietos, como sabéis soy la mayor, y estuve años viendo cómo esa
espinita de su infancia seguía haciendo de las suyas. Intacta. En la
abuela puedo asegurar que enquistada en el mismo lugar en el que se
había clavado hacía más de setenta años, pero, por como hablaba,
doliendo lo mismo… Unos meses antes de morir, tomando juntas el
café con leche de media tarde, charlábamos de la familia, y, cómo
no, los resentimientos, mil veces oídos, volvieron a salir . Me
atreví a interrumpirla y preguntarle por la edad que tenía su
hermana Felisa cuando quedaron huérfanas. Había oído muchas veces
la historia sin tener claro este dato. Le costó dar con la fecha
pero al darse cuenta que su hermana tenía diecisiete años, que
casualidad, los mismos que tenía yo, dejó de hablar, sólo me
miraba como extrañada, como si nunca me hubiera visto… Fue
curioso, se fue encogiendo, vamos, se hundió en la butaca ¡literal!
Le empezó a temblar una mano mientras se la apretaba con la otra y
así, sin más, se echó a llorar… ¡qué mal trago! nunca la había
visto así. No hacía ruido pero no podía parar. Tenía la mirada en
otro lugar... Sólo le hice una pregunta, de verdad, no quería que
llorase. Fui a buscar un vaso de agua. Cuando volví oí cómo
repetía una y otra vez el “ era una cría, era una cría” que
tanto me machaca cuando pienso en ella. Mamá me dijo que no me
preocupara, que la había ayudado pero no sé muy bien cómo, la
verdad…
Pues
bien, después de lo que os acabo de contar, quiero dejar aquí
constancia de que renuncio a la primogenitura que ostento. Ya lo
sabéis. Dicen que soy igual que Felisa. Lo mismo me da. Espero que
haya quedado clara mi voluntad. Hay guerra cerca… ¿Y si llega ?…
¿Y si mamá…? Dios no lo quiera ¡Me muero! Sólo de pensarlo
siento lo que debió de sentir Felisa ¡pobre!. Soy una cría , igual
que ella, y sé que no me vais a preguntar ¡NO! Es mi respuesta.
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