Bichos - Marian Muñoz

                                      

 

Me sentía afortunada al poder acudir presencialmente al trabajo lo que llevamos de pandemia mientras otros han debido teletrabajar, en mi oficina las mesas están bastante separadas y no nos tropezamos, ha sido pues un alivio salir de casa y poder relacionarme con otras personas, en este caso compañeros, me parece algo indispensable para la salud mental. Cada mes nos hacían una PCR dando todos negativo señal de cumplir bien las indicaciones, hasta la última en que hubo un positivo. Un compañero con el que no me relaciono que además de estar en la otra punta de la oficina me cae bastante mal. Estoy tranquila pero por seguridad han mandado a casa a los de su planta, por más que me ofrecí voluntaria para quedarme no lo permitieron y estoy sola y aburrida.

Normalmente paso poco tiempo en el piso, lo imprescindible para comer, dormir y limpiar los fines de semana, me gusta cocinar pero lo justo porque no me interesa engordar, así que estoy encerrada en mi propia casa con nadie a quien hablar ni compartir mis pensamientos. Hasta que no me llamen del centro de salud no debo salir ni estar en contacto con nadie, peor me lo ponen, seguro que doy negativo ¡odio esta cuarentena de asco! Al no soportar tanto silencio empiezo a llamar a teléfonos que encuentro en internet sobre la pandemia, esta incertidumbre me tiene en ascuas. En unos salta una maquinita que en bucle me tiene un buen rato entretenida, en otros que si marque uno, que si marque tres, no me aclaro a cual tecla darle así que empiezo a pulsar todas y se corta la llamada, cuando por fin contacto con un ser humano le expongo mi problema de vivir sola y no tener instrucciones sobre cómo llevar la espera hasta la PCR si es que me la hacen, un hombre al otro lado con voz cortante me dice que aguarde a la llamada y me tranquilice. ¿Tranquila yo? Pero como voy a estarlo si no sé lo que tengo que hacer ni si estoy enferma ¡esto es un auténtico despropósito! Cansada de darle a la tecla decido acostarme deseando que al día siguiente se aclare el asunto.

Me levanto aún más cansada de lo que me acosté, seguro que he soñado con teléfonos, teclas y maquinas que me ignoran por completo. Tras una ducha calentita y un desayuno tranquilo intento mirar la televisión, ¡sólo hablan de pandemia! La apago y busco en la radio que hace mucho que no escucho ¡pues otro tanto de lo mismo! parece que la vida gira en torno al tan manido coronavirus, pues no, la mía no y no lo van a conseguir. Necesito hablar, pero sola no, claro, ¿con quien lo hago porque desde mi ventana sólo veo un parque vacío, ni niños, ni mayores, ni siquiera perros con sus dueños? me fijo por ver si hay algún bicho vivo al que pueda llamar, ni aves, ni gatos, ni siquiera esas malditas gaviotas que todo lo ensucian asoman en un día como hoy, que angustia no poder hablar y hacerlo sola es sinónimo de chifladura y aún no lo estoy, ¡caramba!

Me pongo a limpiar y encuentro una tela con araña, ¡magnífico! Ya tengo compañera de encierro, pues ahora me vas a oír, responder no pero oír ¡ya lo creo! Estaba teniendo con ella un debate interesante sobre la diferencia entre ácaros y arácnidos cuando llama al teléfono un rastreador, me habla de corrido preguntándome sin esperar mis respuestas, comienzo a enfadarme y le digo amablemente que acaba de interrumpir una conversación muy interesante con mi araña, que me deje tranquila y cuelgo. Al poco rato vuelven a llamar, esta vez era una mujer con melodiosa voz diciendo ser rastreadora preguntándome si vivo sola, si me encuentro mal, cuánto tiempo he estado en contacto directo con el compañero, tan cotilla me parece que empiezo a dudar de sus intenciones y mintiéndole le cuento que estoy abonada a la lista Robinson y no acepto llamadas comerciales que no estoy para escuchar a nadie, salvo a mi amiga Blasa la araña con la que me divierto y entretengo. Parece que por fin me van a dejar tranquila cuando vuelve a sonar el dichoso teléfono, esta vez el móvil, un hombre con voz grave y maneras militares dice que en diez minutos vienen a casa a desinfectarla, que lo están haciendo en todas y ya me toca en la mía, que esté lista para bajar un momento a la calle mientras lo hacen.

Me parece genial lo de la limpieza, comprobarán que tengo el piso como los chorros del oro y permitirán que vuelva al trabajo ¡seguro! Me visto para salir a la calle, pensando darme una vuelta por el parque puesto que ya voy teniendo ganas. Suena el timbre y aparecen dos hombres como armarios, vestidos con epis blancos preguntándome si hay alguien más en casa, respondo que solamente la araña Blasa y yo, también me preguntan con cual vecino tengo más relación, respondo que doña Milagros la vecina de enfrente, golpean a su puerta y tras cogerme las llaves de casa, cierran mi puerta tras de mí y se las dan a Milagros para que las guarde, a continuación me invitan a un viaje de turismo hasta el centro de salud para ver a mi médico de cabecera, menos mal porque así verá que estoy sana y podré estar tranquila. Me subo a la ambulancia y tras darme una pastilla para el mareo no recuerdo más.

Despierto en una habitación de hospital medio atontada, con cables alrededor y una mascarilla que hace se me caiga continuamente el moco, se lo digo a una, digo yo que enfermera, porque entre tanto plástico adivino unos pechos, respondiéndome que no se cae nada que es el frío del oxígeno. Durante unos días sigo atontada, apenas bebo una sopa fría y sosa que traen o yogures de supuestos sabores que realmente no gustan a nada. Finalmente un día despierto más espabilada, a mis ojos les cuesta fijar la visión pero poco a poco lo consigo, me cuesta levantar las manos o girar la cabeza, pero un muchacho de voz agradable me ayuda, hacemos ejercicios varias veces al día y empiezo por fin a despertar por completo. De vez en cuando entran visitas comprobando unas máquinas que no paran de pitar. Un día me desenchufan algo y gloriosamente los pitidos cesan, siguen viniendo para ayudarme a beber, a tomar un caldo insípido, ya lo dice mi madre que la comida de hospital no sabe a nada. Por fin me ayudan a levantarme, apenas mantengo el equilibrio, pero ese muchacho con voz agradable me sigue ayudando a conseguirlo, estar de pie, caminar y moverme con soltura. Unos días más tarde puedo marcharme, irme a casa e intentar comer algo decente que ya empiezo a sentir hambre.

Una ambulancia me acerca, llamo donde Milagros y le pido las llaves, esperando que siga todo en orden abro mi puerta y la sensación de hogar me invade tan gratamente que no puedo evitar llorar. Al cabo de unos minutos recuerdo a Blasa pero no la encuentro, ha debido de mudarse al no haber nadie y se ha marchado aburrida, pobrecita mía. Como una tortilla a la francesa que sabe sosa a pesar de írseme la mano con la sal, me arreglo y doy un paseo hasta el ayuntamiento donde veo que un autobús de donantes de sangre está estacionado en la plaza, en una de las puertas hay tres personas haciendo cola para entrar y en la otra observo que cuatro perros están sentados en hilera mirando hacia el autocar, me hacen gracia y sigo caminando. Cuando doy la vuelta para regresar, paso nuevamente por la plaza y observo la misma escena, esta vez las personas son otras y los perros son seis pero distintos a los de antes. Me parece una estampa tan simpática verlos allí en fila india que le pregunto a una cuidadora ¿también están esperando a donar? Pensando que hago un chascarrillo me responde afirmativamente, todos tienen cita para donar. Perpleja pregunto ¿Para quién es su sangre? Responde que para las personas, por supuesto. Ante mi cara de asombro me informa que hace poco se había descubierto que la sangre de perro es más rica en nutrientes y hierro que la de humano y por eso son tan apreciados para donar.

Me alejo desconcertada e intento olvidar la chorrada que me ha dicho, seguro que era una broma de cámara oculta, pero calle abajo contemplo atónita como en un parterre de flores dos hombres meando con la pierna levantada. Aterrorizada sigo mi camino y casi llegando al portal encuentro a dos mujeres ladrando en animada conversación. Echo a correr sin mirar atrás, cierro mi puerta temblando e intentando olvidar lo visto, me acuesto en la cama rezando para que en el hospital no me hayan puesto sangre de perro y no me lo han dicho.

-¡Marta, Marta, despierta vamos, despierta!

La pesada de mi hermana

-¿Pero qué haces tú aquí? - le pregunto

-Llevan dos días intentando localizarte los rastreadores, han avisado a mama por si te había pasado algo y ella me avisó a mí, venga que dentro de una hora tienes que hacerte la PCR, vístete rápido que te llevo al centro de salud.

Mientras me visto e intento lavarme un poco la cara y peinarme oigo un golpe seco en el salón.

-¿Charo que ha pasado que ha sido eso?

-¡Nada! -me responde

-He matado una araña gorda que tenías en la ventana.

-¡Noooooo, mi amiga Blasa!

Mientras corro llorando hacia allí, ya no está, mi hermana la ha tirado al cubo de la basura lleno, bueno al menos si despierta en el más allá tendrá comida para varios siglos.

-¿Marta seguro que estás bien?





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