Salí de casa dando un portazo para dejar clara mi posición una vez más, por mucho que no me quedara más remedio que agachar la cabeza y ceder. Llevaba mi mochila para ir a la playa a darme un chapuzón. Necesitaba relajarme. Pero al poco de entrar en el agua me picó una medusa. ¡Menudo dolor! Si no lloré fue por vergüenza. Me atendieron los de salvamento y, aunque con extremada lentitud, tanto el dolor como el enrojecimiento de la pierna fueron cediendo. Tras esa terrible experiencia, agotado, quedé dormido. Cuando desperté tenía la espalda tan roja como la nariz de un payaso. Abandoné la arena con la camiseta rozándome como si en lugar de haber sido confeccionada con tela lo hubieran hecho con cuchillas afiladas. La mochila la llevaba colgando de la mano con mi aromático bocadillo de chorizo dentro. Fue entonces cuando un perro que me pareció tan grande como un caballo se abalanzó sobre ella, tirándome al suelo. Yo traté de defenderme, dándole en el morro con la mochila y, como resultado, recibí un mordisco en la misma pierna y en el mismo lugar de la picadura. Llegué al hospital en ambulancia. Me curaron la mordedura, el esguince, una herida en el brazo, la quemadura de la espalda y me llevaron a casa. Llegué justo cuando ella estaba a la puerta hablando con su madre que vive en el piso de abajo. Mi suegra ya se iba, menos mal. Ya en casa, Maite comenzó a gritar sin preguntarme por mi evidente mal estado. ¿Se puede saber dónde te has metido? Ibas a la playa un par de horas y han pasado nada menos que siete y encima ni coges el móvil. ¿El móvil? ¿Dónde estaba mi móvil? Comencé a buscarlo por todos los huecos posibles de mi ropa. No lo encontré. ¡Y encima pierdes el móvil de quinientos euros! continuó chillando Maite. Pero, cariño, musité temeroso, mira como vengo. Le enseñé el pie vendado, las heridas del brazo y de la pierna, la espalda quemada. Me miró mosqueada y fue hacía mí como un toro de miura ¡Ya está! ¡Queda todo muy claro! Yo, toda la tarde haciendo las maletas, la tuya y la mía, y tú buscando excusas para no ir de vacaciones. No, si ya lo sabía yo, que con tal de no ir con mi familia eres capaz hasta de suicidarte. Pero mira que te digo, como mañana a las seis en punto no estés en la puerta listo para salir te pido el divorcio. ¡Te juro que te lo pido!,recalcó cruzando el dedo corazón sobre el índice y besándolos con rabia.. Quedé callado, más me valía. Llevábamos meses de discusión en discusión desde que sus padres tuvieron la brillante idea de celebrar sus bodas de noséqué con un crucero familiar. Nos acostamos pues ya era muy tarde pero no logré dormir porque la espalda me escocía, sentía la herida de la pierna como si el perro continuara mordiéndome, la del brazo me rozaba, el pie no sabía donde ponerlo. Si al menos estuviera en la cama podría estirarme o dormir boca abajo, pero en el sofá… Me levanté a las cinco de la madrugada, me arreglé y a las seis estaba a la puerta tan tieso como un guardia de seguridad. Bueno, dijo Maite sin mirarme, voy a llamar un taxi para ir al aeropuerto ¿llevas contigo toda la documentación? ¡Ehhhh? ¿La documentación? Mi cuerpo quedó envuelto de pronto por un sudor más que frío gélido. ¿La tienes o no?, preguntó mi mujer de muy malas maneras. Bueno, yo… espera… Mi mente iba a mil por hora, dónde tenía la documentación, es más, dónde estaba mi mochila con el DNI, el pasaporte, el móvil, el bocadillo de chorizo… Pero ¿cómo no me había dado cuenta antes de su falta? Comencé a ver negro y no sé qué paso a partir de entonces. Desperté en el hospital con un brazo roto y una conmoción cerebral. Y allí apareció la mochila con todas mis pertenencias, excepto el bocadillo de chorizo. Cogí el móvil con ansia para hablar con mi mujer de la que mi madre, mi única acompañante, no sabía nada. No me contestó pero comenzó a mandarme montones de fotos de lo mucho que se estaba divirtiendo en el crucero donde debía de estar yo aunque no me apeteciera nada y hubiera puesto muchas pegas para acabar cediendo de mala gana y al que, al final, no había podido ir en contra de mi voluntad. Por un lado me sentía feliz por haberme librado de unas horrendas vacaciones con toda la familia de mi mujer, incluyendo dos niños aspirantes al título de diablos. Pero por otro lado, que Maite me hubiera dejado abandonado en mis condiciones me dolía un poco. ¿Cómo lo había hecho? ¿Me había dejado a las puertas del hospital o en el portal de casa? Además, no contestaba a mis llamadas, ni respondía los wasaps, tan solo me enviaba fotos. Bueno, estaría un poco molesta pero ya se le pasaría, al fin y al cabo yo no tenía culpa ni de la medusa ni del perro ni del desmayo. De eso no podía acusarme. En unos días a mí me daban el alta, ella regresaría a casa y recobraríamos la normalidad en nuestras vidas hasta la próxima celebración familiar. Es que mi mujer tiene unos prontos de agárrate, pero se le pasan enseguida y seguro que llega feliz de sus vacaciones aunque yo no haya ido. Ay, esperad un momento que acabo de recibir un correo, a ver si es de Maite.
La habitación de Fidel se vio de pronto invadida por una multitud de personal médico y de enfermería; el paciente se ahogaba y se desmayaba a un tiempo, no sabían si de un ataque de ansiedad o de un infarto. En el suelo, el móvil con la pantalla rota dejaba ver las dos manos de Maite con los dedos corazones mirando al cielo, sosteniendo un papel donde se podía leer con nitidez: Solicitud de divorcio.
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