¡Harta! Estaba harta de su mala estrella, con treinta y cinco vivía aún con sus padres. Sin trabajar, sin experiencia profesional en ningún campo, eso sí, dos carreras, cinco masters y un sinfín de horas de voluntariado. Se creía la más sensata de las trillizas, aunque la menos agraciada pero la más cariñosa.
Sus hermanas se habían marchado muy pronto de casa, la mayor de nacimiento fue tras los pasos de un chiflado que pintaba, se volvió punki, hippie o lo que hiciera falta menos formal. Tras llevar una vida alocada actualmente era marchante de un pintor afamado al que se rifaban las altas esferas.
La última de nacimiento desde bien pronto lo tuvo claro, quería ser peluquera. Le encantaba peinar, cortar y teñir el pelo a sus muñecas. Sin acabar los estudios fue de aprendiz a la peluquería del barrio, con el tiempo prosperó y ahora regenta un salón de belleza muy concurrido.
Sin embargo ella, obediente, comedida, buena estudiante, deseosa de agradar a sus padres y demostrar a sus hermanas que los caminos tomados no eran los adecuados, no tenía nada. Tras tantos años de estudios, de enviar currículos y presentarse a cientos de entrevistas, lo único conseguido era cara de amargada al no alcanzar su meta.
Sin meditarlo mucho, llena de coraje y enfado, fue a la droguería más cercana y en sus estanterías buscó entre todos los tintes el más chillón, un naranja. En casa tras cortarse el pelo a trasquilones se tiñó con aquel producto. Cuando terminó y al mirarse al espejo pensó, ahora mi suerte tendrá que cambiar porque si esto no funciona no sé qué más puedo hacer.
Con aquellas pintas de pelo zanahoria y corros de tinte por sus orejas y frente, contestó al teléfono de casa. La llamada era de la Empresa RSD una intermediaria de recursos humanos a la que había enviado sus datos hacía tiempo. La habían propuesto a un puesto directivo en el Banco de España y estos la habían aceptado. Tendría que presentarse en 48 horas en la Central de Madrid para hablar de las condiciones y firma del contrato.
¡Oh my God! Soltó asustada, alegre, temblorosa y temerosa al mismo tiempo ¿Qué iba a hacer con esas pintas? No lo pensó dos veces y tras ponerse el abrigo corrió calle abajo en dirección al salón de belleza de su hermana para pedirle auxilio e intentara arreglar aquel desaguisado.
Cualquier persona con la que se cruzaba la miraba extrañado y la entrada triunfal de una loca con pelo zanahoria en el salón fue imborrable. Su hermana no paraba de reírse y las clientas no cesaron de cuchichear.
Con mucha paciencia y mimo consiguió rebajar el tono del tinte para a continuación teñirle con un color lo más parecido al suyo. Le arregló los trasquilones dejándole un corte garçon de lo más moderno. Lo de la frente y las orejas fue más difícil de arreglar, pero a base de frotar y con algo de maquillaje, finalmente consiguió borrar todo rastro del naranja.
A la vista de su imagen normalizada logró tranquilizarse, agradeciendo a su hermana el trabajo y de mejor talante regresó a casa para preparar con esmero la entrevista de trabajo.
Su primer sueldo lo invirtió en invitar a toda la familia a comer en un buen restaurante, pidiendo perdón a sus hermanas por haberse creído más importante que ellas y reconociendo que el destino se lo labra uno cada día allá donde vaya.
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