Adiós,
mamá, adiós, te quedas en buenas manos, le digo abrazándola.
Aunque, lo que en realidad pienso, no se lo digo. Ella me mira con su
sonrisa de niña que fue y vuelve a ser, y me da un beso en la
mejilla. No te preocupes tanto, me dice, que estás adelgazando
mucho. Y a los hombres no les gustan tan flacas. Mis lágrimas
resisten. Le doy un último beso y la celadora del turno de tarde me
sonríe. Ella ya está acostumbrada a estas despedidas.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario