Hacía unos meses que mi marido y yo habíamos decidido darnos un
tiempo de reflexión después de casi veinte años juntos. Yo aún le
quería, imposible borrar tanto tiempo de un plumazo, pero él
llevaba arrastrando un comportamiento irresponsable que ahora no
viene al caso y me cansé de vivir con sobresaltos. Por eso
decidimos, o más bien, yo decidí, que lo mejor era separarnos por
un tiempo y pensar, yo, si quería seguir con aquella relación, él,
si le era posible cambiar de actitud, de lo contrario lo nuestro
terminaría definitivamente, como así fue. Con gran dolor por mi
parte, todo hay que decirlo y pienso que también por la suya, puesto
que, fuera de lo ocurrido, habíamos sido muy felices. Es por ello
que ni mi mente ni mi corazón estaban abiertos a nada ni a nadie, no
me interesaba el ligoteo fácil y mucho menos embarcarme de nuevo en
un noviazgo serio.
Fue por aquel entonces que incorporaron personal nuevo a la empresa
de seguros donde yo trabajaba. Así conocí a Jose. Al principio no
me fijé en él. No lo veía feo, pero guapo tampoco, a simple vista
no parecía poseedor de ningún encanto especial. Tampoco teníamos
ocasión de hablar y conocernos, pues estábamos en departamentos
distintos, así que después de ser presentados como compañeros, yo
seguí a mis cosas sin pensar ni por asomo, que entre él y yo
pudiera existir algún día relación alguna fuera de lo laboral.
Hasta que un día coincidimos en la máquina de café. No recuerdo
exactamente sus palabras, pero sé que mantuvimos una conversación,
no por intrascendente menos agradable. Me pareció simpático y desde
aquel primer encuentro, cada vez que nos veíamos por los pasillos,
nos saludábamos, y él, normalmente, se permitía hacer algún
comentario de cumplido, sobre mi indumentaria o mi aspecto que
despertaban en mí una sonrisa. Poco después, una mañana, apareció
a la hora del café junto a mi mesa.
-¿Qué
te parece si en lugar de tomarnos café de máquina nos lo tomamos en
el bar de la esquina? ¿te apetece?
Sí, me
apetecía. Fuimos aquel día y todos los días, y a través de
aquellos minutos que compartíamos ante un café descubrí a un
tipo simpático, ameno, interesante, con un cierto aire infantil que
me subyugó y lo que más me gustó: con muchas aficiones en común,
cientos de cosas que jamás había podido compartir nunca con nadie,
ni siquiera con mi ex marido. De esta forma se fue consolidando entre
nosotros una relación un tanto extraña, no éramos novios, pero tal
vez fuéramos algo más que amigos. El uno se sentía a atraído por
el otro, se nos notaba en cada comentario, en cada mirada, en cada
gesto, pero ninguno parecía estar dispuesto a ir más allá, a
cruzar esa línea imaginaria que parecíamos haber trazado entre los
dos. Incluso en alguna ocasión, solapadamente, había flotado en el
aire la posibilidad de un beso, la sugerencia de compartir una noche
de pasión, pero siempre se quedaban en eso, posibilidades,
sugerencias, que no llegaban a materializarse nunca. Así seguimos un
tiempo hasta que apareció ella. Rita era compañera de departamento
de Jose, una muchacha joven y guapa, un poco exagerada en la forma de
vestir, puesto que parecía embutirse en dos tallas menos de la que
realmente necesitaba, pero que duda cabe que lo hacía adrede. Sabía
que con ello excitaba las miradas masculinas, y en muchos casos,
seguramente, mucho más que las miradas.
Una tarde,
al salir del trabajo, Jose se empeñó en que me quedara con él a
tomar una cañitas.
-Que
va - le dije - no puedo. Tengo mucho que hacer en casa y no quiero
dejar a los niños solos más de la cuenta.
Insistió un poco, mas finalmente se dio por vencido.
-Está
bien, tú ganas - me dijo - Ah, por cierto, mañana tengo que
contarte algo que me ha ocurrido en la oficina.
La
curiosidad hizo mella en mí.
-Dímelo
ahora - le pedí.
-No -
repuso - es mi venganza por no querer quedarte conmigo. Mañana lo
sabrás.
-¡Qué
malo eres!
No me
quedó más remedio que esperar al día siguiente para enterarme de
aquello que me mantenía tan intrigada. Tan pronto le vi, se lo
recordé
-¿Tú
no tenías que decirme algo? -le pregunté.
-Yo
no - me contestó haciéndose el loco.
-Eh,
eh, ven aquí, ayer cuando nos despedimos me dijiste que me ibas a
contar algo que te había pasado. Desembucha.
Se
acercó a mi ordenador sonriendo y abrió su cuenta de correo.
-Mira
lo que me han mandado.
Leí la pantalla. El mensaje era muy escueto, pero a mi me pareció
tremendamente elocuente: "Ya va siendo hora de que salgas a
tomar el café conmigo, ¿no te parece?" firmaba Rita. Lo miré
atónita.
-¿Y
tú que rayos tienes con Rita? - le pregunté.
-¿Yo?
nada en absoluto, si apenas he cruzado unas palabras con ella en todo
el tiempo que llevo aquí. No entiendo nada, pero me ha hecho mucha
gracia.
-Pues
a mi ninguna - le contesté sintiendo en mi corazón una punzada de
celos.
Él
marchó sonriendo, pero yo debo reconocer que me quedé furiosa por
la actitud chabacana de aquella fulana. ¿Acaso no nos veía siempre
juntos? ¿a qué venía aquella descarada invitación?
Lo malo fue que la cosa no paró ahí, pues los correos se
repitieron, cada vez más subidos de tono, que si "no te
gustaría venir a la playa conmigo", que si "este calor me
está matando “¿por qué no nos refrescamos juntos?" y otras
proposiciones solapadas que prefiero no recordar. Jose me los
enseñaba divertido y a mí lo celos me corroían por dentro cual
cáncer que me fuera destruyendo la vida, aun sabiendo que en el
fondo aquellos celos eran una soberana estupidez. Entre Jose y yo
había, pero no había nada y a él aquello simplemente le divertía.
-No
lo entiendo -decía - ¿qué puede ver en mí? si no me conoce, nunca
ha mantenido una conversación conmigo.
-Yo
te digo lo que quiere. Llevarte a la cama. Y yo creo que, si tanta
gracia te hace todo esto, no deberías desperdiciar la ocasión.
Fíjate, una nena joven, que podría ser casi tu hija, con las tetas
y el culo todavía en su sitio, no como otras que ya tenemos todo
descolocado.
-No
sé - contestó - pero ya me están mosqueando un poco sus
mensajitos; creo que voy a hablar con ella y preguntarle de qué va
todo esto.
La
respuesta de Jose me dejó todavía más celosa. La rabia me brotaba
de los poros de la piel y poco a poco fui desarrollando una
animadversión exacerbada hacia la muchacha. Hasta la noche en que
todo aquel juego terminó
Todos los años la compañía organizaba una cena para sus empleados
en alguno de los mejores hoteles de la ciudad. Aquel verano, y como
los beneficios habían sido más que suculentos, la celebración tuvo
lugar en un gran hotel de lujo cuyo piso superior estaba totalmente
ocupado por un enorme y preciosa piscina. Después de la cena nos
sirvieron una copa de champaña, precisamente allí, en la piscina.
La vista de la ciudad que se podía admirar desde tan alto era
absolutamente adorable, sobre todo a aquellas horas, cuando las luces
le daban un aspecto diferente, mucho más sensual, mucho más
evocador. Por allí andaba ella, espectacular, enfundada en su
vestido de lamé rojo, que hacía resaltar sus preciosos ojos verdes
y su melena dorada, ni punto de comparación conmigo que, aparte de
tener algunos años más, debía de conformarme con un aspecto mucho
más vulgar. Era evidente que si a algún hombre se le ocurría
compararnos, la ganadora sería ella con creces. Mirándola, la
malévola idea se cruzó por mi mente. Estaba al borde del edificio.
Sólo tenía que acercarme, un empujoncito inocente y recorrería los
quince pisos que nos separaban de la calle en un abrir y cerrar de
ojos. Fui caminando hacia ella muy lentamente, mientras la veía
coquetear con todos los babosos que se agolpaban a su alrededor. ¿Por
qué teniendo tantos, había tenido que elegir precisamente al que yo
quería? Cuando estaba a punto de llegar a su lado sentí que un
brazo rodeaba mi cintura desde atrás.
-¿A
dónde te crees que vas?- susurró una voz a mi oído.
Me
volví, era Jose.
-¿Pero qué haces? - le pregunté
-Deja
de mirarla, no me interesa en absoluto. A mí me gustas tú y creo
que ya ha llegado nuestro momento.
-¿Nuestro momento? ¿A que te refieres?
-¿No
me entiendes, o no me quieres entender? He alquilado una habitación
en el hotel. Esta noche va a ser sólo para nosotros.
Me
besó y juntos nos retiramos a llenar la noche de mil colores y
sensaciones nuevas, y a partir de entonces mis celos se esfumaron
como por encanto... y aunque Rita comenzó a mirarme como una novia
despechada a mi me importó un pito. Jose me había elegido a mi y
eso era lo único que importaba
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