El molinillo roto - Gloria Losada

People at flea market at square before Barcelona Cathedral


Nunca me llevé demasiado bien con mi abuela Carmen, la madre de mi padre. En realidad nunca me llevé, sin más, ni bien ni mal, puesto que apenas teníamos relación. La visitaba dos o tres veces al año más por compromiso que por otra cosa. Era una mujer hosca y fría y siempre me había dado la impresión de que le molestaba un poco mi presencia, a pesar de que su comportamiento conmigo, sin ser cariñoso, era correcto.

Uno de los días de visita obligada era el día de Reyes. Siempre tenía un regalo para todos sus nietos, una generosa cantidad de dinero, y por mi parte todos los años le compraba su frasco de su colonia favorita, que olía a rancio, pero a ella le gustaba. Aquel día yo siempre aprovechaba para moler el paquete de café que la empresa incluía en el lote de Navidad que nos regalaba. La abuela tenía adosado a la pared de la cocina un precioso molinillo de manivela de porcelana blanca con cenefas azules, absolutamente maravilloso. Se le echaba el grano por la parte superior, se molía dándole a la manivela y caía el café ya triturado en un pequeño cajoncito. A mí me encantaba el molinillo y siempre le pedía a mi abuela que por favor me lo dejara en herencia a lo que ella contestaba con un escueto “ya veremos”.

El día de Reyes de 1980 el molinillo no estaba en la pared de la cocina. Era el quinto año que yo aprovechaba para moler mi café, pero no pude. Le pregunté a mi abuela y me dijo que se le había roto la manivela y que se lo había vendido a un chatarrero. Le reproché que yo siempre se lo había pedido.

-Nunca te prometí que te lo daría – me contestó secamente – además me he comprado uno eléctrico, es mucho más cómodo, puedes moler en él tu café.

Por supuesto que no lo molí, ni ese día ni ningún otro. A partir de entonces fui guardando los paquetes que me regalaba la empresa. Me daba pena tirarlos, pero tampoco quería moler el café en un molinillo eléctrico, no me daba la gana. Alguien me dijo que si lo guardaba bajo ciertas condiciones el café en grano era muy difícil que se estropeara, así que respeté tales condiciones y conservé los paquetes, mientras buscaba el molinillo de mis amores.

Durante unos cuantos años me hice asidua de los mercadillos, concretamente de los puestos en los que vendían variopintos objetos de segunda mano que en su mayoría no servían para nada. Molinillos encontré muchos, pero el mío parecía haber desaparecido de la faz de la tierra. Vaya usted a saber a quién se lo vendería mi abuela. Mientras tanto los paquetes de café aumentaban… uno, dos, tres, cuatro… treinta y nueve. En el año 2019 había treinta y nueve paquetes de café guardados en un pequeño cuarto que yo había acondicionado para ello. Durante aquel tiempo aunque dejé de ir a los mercadillos jamás olvidé el molinillo roto, ni deseché la descabellada idea de encontrarlo, supongo que por eso guardaba el café. A su vez mi vida había dado muchas vueltas, tantas que si me pusiera a relatarlas me desviaría mucho del tema, quedémonos con que en el año 2019 me había llegado el momento de mi jubilación y con que vivía en una hermosa casa a las afueras de la ciudad con mi nieta Almudena, única familia que desgraciadamente me quedaba. Almudena acababa de cumplir veinte años y trabajaba en lo que le salía, pues no había querido estudiar. Le encantaban las plantas silvestres y su ilusión era poner una herboristería o alguna tienda en la que vender productos naturales, para lo que estaba ahorrando encarecidamente. Yo simplemente estaba esperando que llegara el momento adecuado para ayudarla a cumplir su sueño, que sería cuando asentara un poco más la cabeza, no fuera a ser que hoy suspirara por la herboristería y mañana se le diera por desear una tienda de hortalizas ecológicas. Pero por lo pronto quien me dio una buena sorpresa fue ella, pues con motivo de mi recién estrenada jubilación me regaló un viaje a Cuba, para las dos, nada menos. A la mierda sus ahorrillos, bueno, a la mierda no, a Cuba. No tuve el valor de regañarle, mi nieta era y es así, generosa y desprendida, así que para allá nos fuimos.

Fue un viaje precioso e inolvidable por muchas razones. Aparte de lo increíblemente hermoso que es el país a pesar de su decadencia, para mí fue un orgullo poder pisar la tierra a la que en su juventud fue a trabajar mi abuelo materno, que hablaba de aquel país con verdadero sentimiento. Pero lo mejor del viaje ocurrió el día en que fuimos a comer a aquella casa del barrio de Miramar, uno de esos restaurantes familiares en los que comes como si estuvieras en tu propia cocina. Allí, colgado de la pared del pequeño comedor había… ¡un molinillo idéntico al mío! bueno, al de mi abuela. Ni qué decir tiene que se me atragantó la comida. Me acerqué casi con miedo y lo observé durante un rato. Toqué la manivela y se me quedó en la mano, estaba rota, casi no tenía la menor duda de que era mi molinillo. Encontrarlo en Cuba no se me hubiera pasado jamás por la mente.

De inmediato le pregunté a la dueña de la casa de dónde había salido mi adorado objeto. Me contó que un familiar suyo muchos años atrás, había realizado un viaje a Galicia para conocer a su familia y en un mercadillo de Lugo había comprado el molinillo, que tenía rota la manivela, pero le dio igual, le gustó tanto que se lo compró como objeto de adorno y desde entonces ahí estaba, decorando la pared del comedor.

Le conté mi historia con el molinillo. Ninguna de las dos tuvo duda de que era el que yo tanto había buscado. La buena mujer no lo dudó un instante. Lo descolgó de la pared y me lo entregó, no sin antes advertirme que tuviera cuidado con la manivela rota. Se lo quise pagar y se negó. Ni por activa ni por pasiva fui capaz de hacer que aceptara más dinero que el que nos cobró por la comida. Así que Almudena y yo salimos aquella tarde y le compramos multitud de cosas que ella, por ser cubana, nunca se podría comprar.

Hace dos semanas inauguramos la herboristería. El molinillo, al que he reparado la manivela y funciona perfectamente, preside la estancia colgado de una pared. Además ha dado nombre a la tienda. Herboristería “El Molinillo azul”. Vendemos toda la clase de tisanas… ah, y café recién molido. No se lo pierdan.


 

 

 

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