Uuuuh, uuuuh, Con el ulular del búho comenzamos una madrugada más nuestro programa. Queridos radioyentes noctámbulos, funámbulos y los sonámbulos que despierten para compartir con nosotros este rato hasta el alba. Mi nombre es Electra e intentaré que vuestros sueños se dirijan hacia una zona común y no echéis de menos la cama o la seguridad nocturna de vuestro lecho.
Hoy os voy a leer el correo electrónico enviado por una nueva amiga que recaba nuestra opinión. Como siempre al final de la lectura daré los teléfonos para que a través de vuestros SMS o whatsaps la podamos ayudar, ya sabéis que podéis hacernos vuestras consultas a electraysusnoctambulos@gmail.com y sin más preámbulos os narro su historia:
“Mi querida Electra y sus noctámbulos, me llamo Eliane y estoy casada con Raúl, los dos somos urbanitas natos puesto que nacimos, crecimos, nos formamos, nos casamos y trabajábamos en una ciudad populosa, éramos una pareja normal, de vez en cuando íbamos al cine, a un restaurante fino o un finde de balneario. Él era ejecutivo en una compañía de transporte de pasajeros y yo alternaba mis tareas en casa con media jornada de cajera en el súper de una multinacional, todo nos iba bien incluso comenzamos a pensar en aumentar la familia, pero esta puta pandemia (perdón por la expresión) cuando no te mata te deja en la calle con un futuro incierto.
Eso fue lo que nos pasó, la empresa de Raúl tras muchos problemas y contratiempos terminó cerrando y enviando a sus empleados al paro, al mismo tiempo mi jefe me solicitó doblar la jornada pues la clientela había aumentando tanto que no daban abasto con el personal. A la vista de nuestros posibles problemas económicos acepté. Aquellas jornadas se hicieron eternas, llegaba agotada tras estar ocho o más horas de pie, limpiando la superficie de trabajo cada vez que pasaba un cliente, angustiada de que a pesar de los tapa morros (algunos llevan la nariz por fuera) me podían contagiar el virus. Llegar a casa y que mi amorcito me pusiera el plato del almuerzo o la cena delante y calentito era un auténtico placer. Se afanaba sin problema en las tareas domésticas, incluso alegremente decía que si su madre, su abuela y sus tías lo habían hecho toda su vida pues estaba en sus genes el hacerlo bien.
Pero la soledad y la monotonía de las tareas hogareñas empezaron a aburrirle e inició una comedura de tarro para salir del bucle en el que estaba metido. La vida de pandemia en una gran ciudad es agobiante y en su sesera comenzó a montarse una película de la vida bucólica en el campo. Los pájaros, los árboles, los prados, el murmullo del viento en el bosque, el sonido del agua discurriendo entre las rocas, un escenario maravilloso del que no tenía experiencia. Yo había podido disfrutar hasta los catorce años de los veranos con mis abuelos en el pueblo, ayudando en la huerta, ordeñando vacas, cogiendo huevos en el gallinero para luego hacer bizcochos, madalenas o panes con mi abuela. Limpiar el pesebre, el corral o sallar patatas, ajos o maíz era agotador, aunque lloviese tenías que ocuparte igualmente de todo, claro de eso él ni idea.
No quería desanimarle de sopetón, lo malo era que se comía el seso detrás del sexo y cada vez que nos dábamos un revolcón terminaba hablándome de su idea y sus aspiraciones, no lo tenía mal planeado pues mientras le durara la paga del paro no nos moriríamos de hambre y si no salía bien podríamos volver e intentarlo nuevamente en la ciudad. Terminó por convencerme con la condición que en ese pueblo se viera bien la televisión y hubiera buena línea de internet. Ante mi rendimiento se empleó a fondo en la búsqueda de nuestro nidito de amor encontrando una casita coqueta recién reformada, con un terreno bastante grande en una población pequeña pero bien dotada y a un precio muy asequible. Acepté sus condiciones, pedí la excedencia en el súper para tener opción de volver en caso de apuro e hicimos las maletas. Al vivir en un apartamento alquilado siempre mantuve una decoración minimalista por si algún día nos mudábamos y no tener que cargar con demasiados objetos. Alquilamos una furgoneta que conducía él y yo le seguí en nuestro pequeño utilitario.
Cuando llegamos mis temores se apaciguaron, la casita era tal y como nos habían mostrado en las fotos, situada a las afueras del pueblo el paisaje era cautivador, un bosque cercano con riachuelo, grandes superficies plantadas y algunos chamizos poblaban las huertas cercanas. Dos habitaciones no muy grandes, cocina abierta al salón con pequeño comedor, un baño amplio y una gran chimenea colocada estratégicamente que era el único sistema de apaciguar el frío en invierno, el porche daba luminosidad a toda la casa. Decorada con los muebles justos de forma acogedora no pude evitar saltar de alegría y darle un gran beso recién llegados antes de vaciar los dos vehículos.
El pacto había sido que me dedicaría exclusivamente a la casa y él a tareas agrícolas. A la mañana siguiente a nuestra llegada callejee buscando donde hacer compra para nuestra despensa, tropezándome con una tienda de ultramarinos muy bien equipada para ser de pueblo. Compré patatas, huevos, arroz, legumbres, pan, fruta y verduras, ¡me dejé un dineral! Menuda ladrona la tendera, como era el único comercio del pueblo robaba a manos llenas, según me contó después una vecina a quien le di pena, la tendera es la mujer del alcalde pedáneo y con el negocio se entretiene y gana para sus antojos, ¡pues menudos antojos más caros debe tener! Menos mal que la misma señora me indicó un supermercado más barato en una población cercana al que suelo acudir para abastecerme.
Mientras tanto Raúl empezó a desbrozar el terreno, alquiló no sé donde una maquina que le cavaba la tierra y la aireaba, se ve que algún vecino piadoso comprobando lo pardillo que era le daba buenos consejos. Llegaba todas las tardes rendido a la cama, apenas tenía ganas de comer mis ricos guisos y mucho menos hacer el amor ¡con lo feliz y relajada que estaba yo! Cuando terminó de preparar el cuadro de cebollas tenía las manos llenas de ampollas que tuve que curarle y vendarle para que no se infectaran, el siguiente cuadro de puerros y ajos le provocó lumbago, menos mal que el ibuprofeno y unos masajes con aceite hacen maravillas, el siguiente cuadro de las patatas le supuso una buena mojadura permaneciendo unos días en la cama con algo de fiebre, a pesar de tanto contratiempo no le oí quejarse ni una sola vez, era duro además de cabezón.
He de decir que yo era feliz, la limpieza de la casa llevaba poco tiempo y encontré en internet un tutorial para decorar con objetos del bosque, del campo o del río, desarrollaba mi creatividad y ambientaba económicamente mi hogar. Las vecinas al principio reticentes conmigo pronto se rindieron ante mis galletas ya que Raúl no estaba para apreciarlas. En previsión de que llegara el frío antes de tiempo compré por indicación del tabernero un carro de leña, muy limpiamente cortada duraría al menos dos o tres años si sabía administrarla. La descargaron en un lateral del corral y tras sopesar en qué parte hacer una leñera, me puse a colocar los troncos uno a uno, con la mala suerte que al segundo día cayó una buena tromba de agua y se empaparon doblando su peso, cuando paró de llover seguí con mi pesada tarea pero observé que de los troncos salían unos pelillos hacia arriba, día tras día crecían llegando a convertirse en hongos, bueno en setas como las que había visto en el súper. Salieron muchas, muchísimas, no tenía ni idea si eran comestibles, así que metí unas cuantas en una caja de zapatos y las mostré en el pueblo a todo aquel que tropezaba, fue el señor cura quien me dijo que parecían shiitake, una seta japonesa muy apreciada, viendo que no me fiaba mucho de su criterio las llevamos a la tasca donde en la cocina las prepararon con ajitos y reducción de PX, los allí presentes las degustaron comentando que eran una delicia. El cocinero me las compraba si le llevaba más, me di cuenta que podía ser un buen negocio cultivándolas sin apenas esfuerzo. Ese es mi dilema: ¿Las cultivo yo o se lo cuento a Raúl para que sea quien lo haga y venda, ya que nos supondría un buen ingreso, o no le digo nada y dejo que siga ilusionado ejerciendo de agricultor agotándose cada día como él quería ? Llevo unos días escuchándoos desvelada y hoy me he atrevido a consultaros”.
Bien mis queridos noctámbulos, pensar bien que haríais vosotros, los teléfonos son el 666555444 para enviar vuestro SMS y el 654333211 para mensajes de whatsap, unos minutos de publicidad y a la vuelta damos respuesta a nuestra amiga Eliane.
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