La tía Úrsula - Gloria Losada

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No sé qué hacemos mi madre y yo aquí, en el despacho de un notario, dispuestas a escuchar las últimas voluntades de la tía Úrsula. Después de como acabó nuestra relación con ella, hace ya unos cuantos años, ni mamá ni yo volvimos a acordarnos de aquella vieja bruja, mucho menos pensamos que nos fuera a dejar nada en herencia, claro que a lo mejor no estamos aquí para eso, yo qué sé, no tengo ni idea, lo que sí sé es que me molesta bastante estar esperando en esta sala fría e impersonal, una hora después de que habíamos sido citadas. Ni que el tiempo del notario fuera más importante que el nuestro.

La tía Úrsula era la hermana mayor de mi abuela. Se odiaban y no me extraña. Mi abuela era una santa y Úrsula una víbora. Emigró a Cuba después de robarle el novio a mi abuela y allí los dos miserables hicieron fortuna. Cuando se olieron la revolución marcharon a Miami y allí continuaron amasando dinero, hasta que el marido murió y ella regresó a España. Se compró una mansión a las afueras de la ciudad y allí vivía, sin contacto alguno con la familia, Lo que sabíamos de ella lo sabíamos por las habladurías que se comentaban. Ni siquiera acudió al entierro de su hermana, de mi abuela, aunque a decir verdad a nadie de la familia importó lo más mínimo.

Poco después de morir mi abuela mis padres se separaron. En realidad él dejó a mamá por otra más joven y bonita. Mamá sufrió mucho y yo también, pues ni la una ni la otra nos imaginamos jamás cosa semejante. Además se olvidó de nosotras por completo. Mi madre no tenía ni oficio ni beneficio, lo típico, como él ganaba bien, ella no se ocupó nunca de obtener su sustento, y no sabía hacer nada especial, así que se metió a limpiar oficinas, escaleras, lo que saliera. Pasamos del todo a la nada, pero era lo que había y no nos quedaba más remedio que afrontarlo como fuera.

Un día mamá recibió la sorprendente llamada de la tía Úrsula. Al parecer la vieja no se podía valer por sí misma a causa de una enfermedad en los huesos o algo así y le ofrecía a mi madre trabajar cuidando de ella y de la casa por un sueldo más que aceptable, mucho más de lo que ganaba limpiando. Mamá aceptó de inmediato. No pensó, ni por un instante, en las humillaciones que tendría que soportar.

El primer día me llevó con ella, no recuerdo bien el motivo. Fue la primera vez que vi a la bruja, apoyada en su bastón, vestida de negro riguroso, nos esperaba en la biblioteca, una amplia estancia repleta de libros desde el suelo hasta le techo. En cuanto llegamos comenzó a hablarle a mi madre diciéndole cosas horribles sobre mi padre y su abandono, sobre la poca cabeza que tenía y lo irresponsable y estúpida que había sido siempre. Mi madre bajaba la cabeza y callaba y yo no entendía nada. Cuando salimos de allí le dije a mi madre que no quería trabajara para ese demonio.

Bah, mujer, la tía Úrsula siempre fue así, pero nunca ha llegado la sangre al río, ella puede decir lo que quiera, pero en la familia nunca nadie le hizo el menor caso. Además, me paga muy bien y nos hace falta el dinero.

Era cierto, el dinero nos hacía falta, pero no sabía yo si soportar humillaciones a cambio de dinero sería una buena idea. El caso es que aquel primer encuentro, al menos por mi parte, se fue olvidando. Mamá atendía a la vieja y yo estudiaba. A veces mi madre llegaba tarde a casa porque la bruja le exigía quedar más tiempo por esto o lo otro, eso sí, de pagarle extras nada de nada. Otras veces entraba en casa con semblante serio, incluso con señales visibles de haber llorando, seguramente después de haber soportado sabe Dios qué. Yo le preguntaba, pero ella nunca me contaba nada, solo decía que estaba cansada, que había tenido un día duro, nada más.

Conforme el tiempo iba pasando yo notaba a mi madre más triste y no me cabía ninguna duda que era por culpa de la maldita tía Úrsula, así que un día me presenté en la mansión por sorpresa. Entré como perico por su casa y me dirigí a la biblioteca, donde según mi madre se pasaba el día aquel engendro y sí allí estaba, apoyada en su bastón y mirando por la ventana hacia el jardín, donde mi madre hablaba con el jardinero.

Tras la ventana estaban las azucenas mordidas por la lluvia.

Dijo la vieja a voz en grito, como declamando. Luego soltó una carcajada y siguió hablando sola.

Es una fantástica frase para mi nuevo poema. A ver si esa estúpida acaba de hablar de una vez con Marcial y se pone a escribir mis poesías.

Que yo sepa la lluvia no muerde, muerden los perros... y las víboras, como usted.

La vieja, que no se había percatado de mi presencia, dio un respingo y se giró hacia mí.

¿Pero qué haces tú aquí, niña impertinente? ¿Cómo has entrado?

Por la puerta, como se suele entrar en las casas, pero vamos, si sé que voy a escuchar esos versos tan pésimos casi que me quedo fuera.

Levantó el bastón con ademán de querer golpearme, pero al faltarle el apoyo trastabilló y casi da con sus huesos en el suelo. En ese momento entró mi madre. Venía totalmente empapada. Me miró asombrada y me preguntó qué hacía allí.

A fastidiar, ha venido a fastidiar –gritó la tía Úrsula–, por lo visto es tan imbécil como tú, como su abuela y como el resto de la familia. Casí me caigo por su culpa y ha entrado en mi casa sin permiso, así que este mes recibirás la mitad de tu sueldo como castigo. Ya tengo que soportar todas tus torpezas como para encima tener que aguantar que tu hija venga a humillarme a mi propia casa.

No dejé que mi madre abriera la boca. Yo fui más rápida.

No se preocupe, vieja bruja, guárdese todo su dinero, cómaselo si es que le sobra tanto que no sabe que hacer con él. Mi madre no va a trabajar para usted nunca más mientras en este mundo esté yo para evitarlo.

La tía Úrsula me miró incrédula, mi madre también, y yo la tomé por brazo y juntas salimos de aquella casa maldita. Mamá me reprochaba lo que había hecho con la cantinela de que nos hacía falta el dinero. Pero no le hice ni caso, claro que nos hacía falta, pero así no.

Yo acababa de cumplir los dieciocho y encontré trabajo como cajera en un supermercado. Poco después ella entró en el mismo establecimiento como limpiadora y así nos olvidamos de la víbora. Hasta hoy, que estamos en el despacho del notario, no sabemos muy bien para qué. Uy mira aquí está, el señor este tan estirado a ver que nos cuenta. Pues dice que nos va a leer el testamento, que es muy breve y no sé qué mas.

Lego todos mis bienes a Laura Gonzalez Puentes, (esa soy yo) mi sobrina nieta, hija de mi sobrina Mercedes Puentes Alba, por ser la única persona que ha tenido el coraje suficiente como para enfrentarse a mí”

Eso es todo. Tengo en la punta de la lengua decir que no quiero nada, pero miro a mi madre, que desde que el canalla de mi padre la abandonó no ha dejado de trabajar como una burra y pienso que por fin ha llegado nuestra hora. Le digo al notario que si nos puede gestionar la venta de la mansión. Nos dice que ya se ha puesto en contacto con él un comprador dispuesto a pagar una cifra que al escucharla casi me da un pasmo. Además nos comunica también el dinero que hay en el banco. Si administramos bien las cantidades tenemos la vida solucionada. Nos sonreímos. Al final hemos sido nosotras las que le hemos sacado provecho a la vieja tía Úrsula. Que se pudra en el infierno.


 

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