De chiripa - Marian Muñoz

                                                Trabajos Fotográficos: Fotos Antiguas

 

 

 

De pura casualidad me enteré que mamá y sus hermanos iban a desmantelar la casa de los abuelos, amenazaba con caerse desde hacía años, justo el tiempo que el abuelo falleció y dos meses más tarde la abuela al no poder soportar su ausencia tras una convivencia de sesenta años.

Pedí permiso para aportar dos manos más al trabajo y echar un último vistazo nostálgico al hogar en el que transcurrieron mis veranos infantiles, aquellos en los que todavía sacaba buenas notas y disponía de todo el tiempo del mundo para divertirme en aquel pueblo, apartado del mundo si no fuera por una estrecha carretera mal asfaltada y que nadie tenía interés en arreglar, según supe de adulta, era la única forma de preservar la autenticidad del lugar.

Quien llevaba la voz cantante era Beni, había sido carpintero de joven y conocía al dedillo que tornillos aflojar o clavos que quitar para convertir en madera muebles que un instante antes lucían en las habitaciones. El polvo y la carcoma los habían deteriorado de tal manera que ninguno podía salvarse, a eso era a lo que yo iba, por si podía rescatar alguno. Mientras mamá y las tías metían en bolsas de plastico manteles, sabanas, mantas o pañitos que con tanto mimo había tejido la abuela, los demás tirábamos a una hoguera maderas carcomidas y sillas apolilladas porque hasta allí no llegaba el camión de la basura para recogerlas.

Lo último que se vació fue la cocina, la habitación que aportaba calor los días fríos y donde íbamos a comer y tal vez cenar una última vez antes de regresar a la ciudad. Las mujeres trabajaban en silencio como si con esta tarea dieran carpetazo a un tiempo feliz que no iba a volver. No había risas ni bromas, ni siquiera riñas el silencio que ellas mantenían hablaba de respeto, tristeza y pena, seguro que sí. Los hombres eran otra cosa, el esfuerzo que realizaban les obligaba a gritar, a soltar tacos o cabrearse cuando aquel armario o alacena no se destruía como ellos planeaban. También es cierto que la suciedad y el polvo les tocaba más de lleno que a sus esposas.

Creo que mis dos manos fueron más útiles de lo que habían pensado y escalera arriba escalera abajo ayudaba con puertas o mesas que no se podían tirar por la ventana al no caber. Continuamente alejaba la melancolía con una nueva orden o un nuevo encargo, el desmantelamiento iba rápido, las paredes se quedaban desnudas después de haber contenido tanta vida.

En un primer momento había sopesado comprar la casa y arreglarla con el tiempo, pero ni mi sueldo ni mi estabilidad económica lo iba a permitir, además la falta de mantenimiento y la hiedra obligaban a tirarla abajo, era lo que iba a hacer el nuevo propietario del solar quien por una miseria lo había adquirido. Pulsé la opinión del resto de primos por ver si entre todos encontrábamos una buena solución, pero a ninguno le interesaba la casa ni el pueblo, una lástima, al parecer era la única que aún guardaba bonitos recuerdos familiares.

Cansados y taciturnos compartimos la comida cocinada en casa, cada una su especialidad y disfrutamos un momento de descanso para recuperar fuerzas y terminar cuanto antes, enseguida anochecía y el transitar por aquel camino podía sorprenderte algún animal deslumbrado por las luces del vehículo. Mientras terminaban con muebles y objetos de la bodega subí un momento a la galería donde tantas tardes había sido castigada sin salir. Mis correrías por el pueblo con amigos me hacían perder el sentido del tiempo, en la ciudad todo estaba más controlado: las clases del colegio, el judo, la piscina, clases particulares para mejorar notas y el no poder salir a la calle a partir de cierta hora por si alguien te hacía daño. Esos problemas en el pueblo no tenían cabida, los niños eran todos hijos de amigos o parientes y la gente mayor siempre tenía puesto un ojo en que no se metieran en líos los de su casa y los de la ajena, todos nos cuidaban. Muchas veces llegué tarde a la comida entretenida con el amigo que acababa de comer, la única hambre que tenía era de juego y libertad de movimiento, qué tiempos aquellos ahora he de cuidar lo que ingiero para no engordar.

En la galería siempre estuvieron colgados tres cuadros de los antepasados, hombres en actitud seria, no sabía muy bien si eran fotos viejas o estaban pintados, fueron compañeros de castigo y les tenía cariño, como nadie quería ver más a aquellos vejestorios me los guardé, un toque vintage para mi recibidor y un cambio de aires para que contemplaran mi nueva vida. El vaciado se produjo sin grandes problemas, mamá se había quedado un jarrón y un mantel y las tías algo similar. Yo iba ufana con mis viejitos en una bolsa de rafia que usaba para la compra, aún no sabía dónde colocarlos, pero tras una buena limpieza algo me sugerirían.

Tardé un mes en volver a ellos, un ligero lavado les devolvió cierto esplendor, lo peor era la trasera, había que cambiarla por estar bastante deteriorada. Hice acopio de material dispuesta a ello, primero al tatarabuelo Vicente, no me complacía la mirada que me echaba cada vez que lo movía, menos mal que no podía protestar. Luego fue el bisabuelo Rodrigo, un calvete como tío Jaime, clavadito, esperaba que si algún día tenía hijos no se parecieran a él. Le llegó el turno al tío abuelo Policarpo, no sé si era cosa mía, parecía tener una mirada achispada, alegre, seguro que se había tomado la foto después de pasar por la tasca, jajajaja. Removiendo cartones de la trasera encontré un viejo papel sucio y dibujado, lo observé con mayor detenimiento, me llevó un tiempo comprender que era un mapa, no sabía cómo colocar el norte, me fui rápidamente a internet por ver si alguna imagen del pueblo me indicaba la situación. Estuve tres días y finalmente fue mi chico quien con mucha maña colocó adecuadamente el norte y el sur, habíamos encontrado el paraje, todo concordaba, unas líneas sinuosas era la alameda del río, luego un montículo cercano, después un camino que aún se podía ver finalizaba en ¡ni idea! Qué sería aquello, el dibujo parecía cualquier cosa y en el mapa sólo había un matorral bien tupido.

Decidimos pasar un fin de semana en la casa rural del pueblo y visitar el paraje del cuadro, no fue nada fácil pues la conexión a internet se perdía constantemente y el GPS no funcionaba como era de desear, pero no nos dimos por vencidos y la mañana del domingo antes de volvernos descubrimos el secreto de Policarpo, el matorral tan frondoso alejado del pueblo escondía un pozo, al no estar a simple vista casi nos caemos ya que estaba a ras de suelo, parecía tener bastante agua, era realmente un tesoro con lo cotizada que esta últimamente tan preciado elemento. No sabíamos que hacer con dicha información, consultamos las coordenadas en el catastro, intentamos indagar quien era el propietario del terreno, por culpa de la ley de protección de datos no nos daban información, no pensaba rendirme así que fui hasta el ayuntamiento al que pertenece el pueblo. Quien me atendió era una parienta lejana que al reconocerme, pues soy clavadita a mi abuela, me enseñó en un plano la parcela y que aún era nuestra, de la familia, era una herencia del abuelo.

Ninguno de los mayores conocía la propiedad, guardándome para mí el contar que en ella había un pozo. Hablaron de regalársela al nuevo propietario pues no tenía ningún valor, no les dejé, pedí que en caso de regalo me lo hicieran a mí, por tener un recuerdo de la familia. No pusieron objeción, me hice con la titularidad. No sabía muy bien cómo tratar la información que poseía, si podría vender el agua al pueblo o estaría obligada a cederla, casualmente el verano estaba siendo demasiado caluroso para lo que venía siendo y tuvieron que cerrar fuentes y lavaderos por sequía. Sensibilizada con el tema acudí a hablar con el Alcalde quien se sorprendió que hubiera un pozo en aquel páramo, le ofrecí su uso en caso de ser potable. Se interesó por mi sugerencia, envió técnicos a buscarlo, analizar el agua y ver si era viable su canalización. Un año más tarde me llama para firmar un contrato, me cuenta que el agua es un bien público y que, aunque estuviera en mi propiedad no era mía, pero tenía que pagarme un alquiler porque la canalización discurría por mi tierra.

El retrato del tío abuelo Policarpo lo tengo expuesto en el salón con un foco iluminando su sonrisa, cada vez que lo miro sonrío también por que cada mes recibo el alquiler del Ayuntamiento por utilizar mi parcela.



 

 

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