Recorro su cabecita con mis membranosas manos. Me da pena, pero la leyenda es la que es por algo, no por pena. Y no voy a defraudar a mis antepasados después de tantos siglos. No quisiera avergonzarlos con mi comportamiento sensiblero. Así que cierro los ojos antes de escuchar el crujido de los huesos cayendo dentro de la boca del volcán. Será mi última ofrenda.
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