Pagaba al asesino por el trabajo realizado a lo largo del mes en curso. Después acudía a los cementerios y dejaba ramos de flores negras en las tumbas de los peones eliminados.
Él era el rey del tablero. Todos debían rendirle pleitesía y jugar según sus reglas. Si no, ya conocían el castigo.
Alguno, a pesar de todo, se atrevía a cruzarse en su camino, intentando llevarse la preciada corona para ganar la partida.
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