Nunca pensé que mi
vida fuera a acabar así, en el fondo de un cajón, rodeado de cosas
variopintas, la mayoría de ellas inservibles, o de esas que tienen
utilidad limitada, ya saben, que se utilizan una o dos veces al año.
Permítanme que me
presente, me llamo Parker, Bolígrafo Parker y a decir verdad mi
existencia no fue muy divertida. Al principio parecía que mi vida
iba a estar colmada de lujo y de glamour. Todo lo indicaba cuando la
gente me admiraba en aquel expositor de una enorme librería. Es
cierto que no se animaban a comprarme, y es que tenía un precio
bastante caro y los mortales de a pie preferían a Bic, Bolígrafo
Bic, mucho más corriente y vulgar que yo. No me importaba porque
sabía que yo estaba destinado a miras mucho más altas.
Un buen día me
compró una mujer muy elegante, me metieron en un estuche junto con
mi primo Portaminas Parker y cuando la dependienta nos iba a envolver
en un trozo de papel de regalo plateado, la mujer le dijo que no, que
quería grabar el nombre de la persona a la que iba dirigido el
regalo. Así me enteré de que yo iba a ser un regalo, lo cual me
llenó de más emoción si cabe. La señorita de la librería le
contestó que si lo deseaba allí mismo se podían ocupar de
grabarme, a lo que la mujer accedió.
-Pongan el nombre:
Ernesto, y la fecha: 25 de abril de 2013.
La fecha no me
dijo nada especial, tampoco me interesaba demasiado, supuse que sería
el cumpleaños o algún aniversario de algo, pero me gustó el nombre
de Ernesto. Me recordó a un libro que durante unos días estuvo
situado en una estantería frente a mi expositor: La importancia de
llamarse Ernesto, se titulaba. Siempre me pregunté si realmente
llamarse así tendría algo de especial y sin duda había hallado la
respuesta, porque especial tenía que ser la persona de la que yo iba
a ser su obsequio, y no tomen mis palabras como una muestra de
soberbia o suntuosidad, no lo son, pero es que soy muy caro y ya se
sabe, el dinero a veces dice muchas cosas de la persona que lo posee,
a veces buenas, otras veces no tanto. Pero en fin, no voy a entrar en
disquisiciones que no vienen al caso.
El proceso de
grabación no me gustó demasiado y tampoco voy a entrar en detalles
que puedan resultar escabrosos al lector, baste con saber que del
precioso estuche en que la dependienta me colocó fui a parar al
bolsillo interior de una chaqueta y lo que al principio fue motivo de
entusiasmo, finalmente resultó ser de tedio y desánimo. Porque mi
vida pasaba día tras día, sin pena ni gloria, en el bolsillo
interior de aquella chaqueta, un lugar oscuro y caliente carente de
diversión ni de aliciente alguno. De vez en cuando el tal Ernesto de
sacaba de mi letargo y me usaba para firmar algún documento. El
hombre en cuestión debía de ser ministro, o secretario de algún
departamento importante, porque firmaba cosas con bastante
frecuencia, pero ahí quedaba el asunto, no me utilizaba para nada
más y como no era cuestión de ponerse protestar... A veces
intentaba saltar del bolsillo, o si me dejaba durante unos segundo
encima de la mesa yo rodaba de aquí para allá, a ver si se animaba
a utilizarme un poco más, pero no había manera. En cuanto se daba
cuenta de mi presencia, me guardaba de nuevo en el bolsillo interior
de su chaqueta.
Así fue pasando el
tiempo, hasta que me descubrió Margarita. Margarita era una
adolescente enamorada, hija de Ernesto, que cuando me vio se quedó
prendada de mi belleza y estilo. Su padre me había dejado encima de
la mesita del recibidor en un descuido y ella aprovechó la
oportunidad para hacerse conmigo. Debo confesar que entre sus dedos
pasé la época más feliz de mi vida. Margarita me usaba para
escribir cartas de amor a su enamorado. Por aquel entonces no había
internet, ni correo electrónico ni esas zarandajas, así que el
papel y el bolígrafo eran los útiles necesarios para comunicarse en
secreto, tal y como hacía la chiquilla. ¡Qué bello fue sentir como
de mi propio ser brotaban tan bellas palabras! ¡Cuántos de quieros
salieron de mi tinta! A veces acompañados de ferviente entusiasmo,
otras enturbiados por la humedad de las lágrimas sobre el papel.
Daba lo mismo, nada me importaban las penas o las alegrías de
Margarita, porque estuviera como estuviera de ánima, de su
pensamiento y su mano solo salían hermosas frases que quedaban
grabadas en el papel gracias a la tinta que corría por la única
vena que recorría mi cuerpo de arriba a abajo.
Un buen día Ernesto
se dio cuenta de mi pérdida y a su hija no le quedó más remedio
que devolverme su padre, pero con tanto ir y venir de cartas de amor,
mi tinta se había terminado. Ernesto se enfadó mucho con Margarita,
le preguntó de malos modos quién le había dado permiso para
cogerme, que yo era un regalo de su madre y que para como me había
gastado y ahora ya no le servía para nada. La chica le respondió
que podía comprar una nueva carga y él contestó que por supuesto
que lo haría, pero que por nada del mundo quería ver de nuevo que
usaba su Bolígrafo Párker para escribir sus tonterías.
Me metió en el
cajón de su mesita de noche... y ahí se acabó mi historia. Ya he
perdido la cuenta de los años que llevo aquí dentro, pero son
muchos. Por aquí han pasado multitud de personajes, carteras,
monedas, paquetes de pilas, blocs de notas, estuches de manicura, un
Libro de Familia, carretes de hilo, relojes, correo bancario, cajas
de preservativos, pañuelos bordados con le inicial E y hace unos
días un certificado de defunción de Ernesto. Esta mañana alguien
ha abierto el cajón y revuelto un poco entre las cosas. Reconocí a
Margarita por la voz, que no por el aspecto, pues han pasado muchos
años y ya no es la adolescente de antaño. Cuando me vio me tomó en
sus manos y se alegró mucho de encontrarme. Le dijo a la persona que
la acompañaba que el Párker se lo iba a quedar ella, que sería un
bonito recuerdo de su padre. Luego me metió de nuevo en el cajón.
Pero ahora tengo la esperanza de que todo va a cambiar. En manos de
Margarita mi vida será diferente y me llegará la oportunidad que
espero. Estoy seguro de ello.
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