La muchacha rubia,
alta y desgarbada, y con los dedos pulgares exageradamente
desarrollados, vestigio de unos aparatos llamados móviles que habían
estado de moda algunos siglos atrás, pensó:
Queridos primos:
Desde la playa de Las
Catedrales Sumergidas, en la populosa ciudad de Ribadeo, os
felicitamos la Navidad.
Estamos a cuarenta grados a la sombra y la abuela va a hacer de cena
pastillas de coliflor con bacalao y de postre grajeas de arroz con
leche. Esperamos que vuestro viaje a Groenlandia para ver los últimos
restos de los hielos árticos esté siendo muy agradable. Os echamos
de menos.
Luego apretó la sien con uno de aquellos pulgares monstruosos y
su primo en Groenlandia, recibió el mensaje.
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