¿A qué huele el olvido? - Marga Pérez

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No he querido saber pero he sabido por Alba que Fer ha vuelto a casa, bueno, a mi casa, a aquella que dejó al marchar como si un tornado la hubiera atravesado …Perdí la cuenta ¿ un año, año y medio?. Sillas tiradas, platos rotos, cristales por todas partes, libros por el suelo, abiertos, discos regados hasta por el jardín… ¡Cuánto nervio! Diría su madre. Yo, que lo conozco bien, que viví con él bajo el mismo techo durante quince años y que sufrí en primera persona sus ataques de ira, digo ¡cuánta mala leche! Aunque se las pintaba solo para camelarme. No sé cómo siempre me engatusaba sin que me diera cuenta. Se acercaba con su mirada de animal herido, despacio, dominando la escena. No me tocaba pero, estando a unos diez centímetros de mi cara, acercaba su boca hasta mi oído y susurraba. Su olor a energía retenida, tabaco negro, barón dandy y arrepentimiento dulzón exhalado como vaho caliente en mi cuello, hacía que me estremeciera de tal manera que acababa lanzándome a sus brazos quitándole importancia a cualquier desatino que hubiera cometido.

¿De dónde sacaría aquellas palabras, aquel tono, aquella zalamería…? Eran las mismas con las que me había enamorado y el sabía que funcionaban.

Ha vuelto a mi casa convencido de que aún vivía allí. La vendí nada más divorciarnos, fue lo primero que hice. Era mía y no quería tener nada que me lo recordase, estaba impregnada de él y tenía que olvidarlo como fuera . Pensar que traía loquitas a tantas tontas como yo… No sé cómo lo hacía, era el alma de todas las reuniones, todos y todas, se lo rifaban. Contaba chistes, sabía anécdotas, relataba viajes, cocinaba, colaboraba en lo que fuera para que todos lo pasásemos bien. Cuando llegábamos a casa era otro. Mal gesto, desconfianza, control, no me dejaba tranquila, le tenía que enseñar el watsap, cada día, y lo de colaborar sólo cuando yo insistía y a regañadientes ¡Menos mal que no sabe dónde vivo! Sería capaz…Dios no lo quiera, no sé cómo reaccionaría si se me acercara... Aún me da pena, su mayor ilusión era ser militar y no dio la talla. Llevaba aquellos zapatos especiales, hechos a medida ¡un pastón! y sólo para ganar varios centímetros, pero no consiguió su sueño ¡pobre! Yo nunca tuve ese problema. Cuando salía sin el me subía a los tacones, los tenía siempre en el coche para evitar cabreos innecesarios. Cuando salíamos juntos, siempre plana, aunque soy de tamaño reducido, como el me decía.

Todavía no me creo que haya aceptado el divorcio. La verdad es que el psicólogo hizo un buen trabajo y se lo vendió como que era algo que le favorecía ¿El salir perdiendo? Nunca entró en sus planes quedar por debajo , pero lo aceptó destrozando todo aquello que se iba a quedar conmigo. A mi ya me había destrozado bastante antes de saber que me tenía que dejar, que, por mucho que le quisiera era imposible seguir juntos. Después supe lo de la otra. La conoció en el gimnasio donde pasaba varios días levantando pesas. Desde lo del ejército pasó a ejercitar su musculatura con disciplina militar, y, a ella, parece ser, que éso le ponía bastante, así que Fer salió de mi casa para vivir en la de ella… Pero ha vuelto.

No lo quería saber pero lo supe por Alba y ahora sólo soy capaz de dar vueltas como un animal enjaulado, como si nunca se hubiera ido, como si me lo fuese a encontrar aquí, en el salón de mi casa, como si fuese a invadirme de olor a energía retenida, tabaco negro, barón dandy y arrepentimiento dulzón exhalado como vaho caliente en mi cuello, como si oyese el susurro de sus palabras, como si no pudiese dejar de estremecerme atrapada en su cuerpo…

El teléfono me devuelve a la realidad. El segundo tono me intranquiliza al ver un número desconocido y pienso en no cogerlo. Seguro que alguien le dio mi teléfono... así y todo, contesto.

-Dígame -Mi voz suena con un aplomo que no siento

- Hola Mel ¿como estás?- Sólo el me llamaba así pero lo hubiese reconocido aunque me hubiese llamado de cualquier otra forma. Aquella voz de cordero degollado, de culpable arrepentido, de salvador de doncellas, de encantador de serpientes, no podía ser de otro más que de el.

-¿Qué quieres ? Le digo cortante

-Sólo saber de ti… ha pasado tiempo … Me doy cuenta que no acabamos muy bien...bueno, quiero decir, que no lo hice muy bien – dijo recalcando las palabras- he cambiado...

- Fer, está todo olvidado- Trato de poner distancia emocional pero el corazón va como una carrera de caballos.

- ¿Cómo estás?- Me interrumpe- Sólo quiero saber si tu estás bien…

-Si, si, estoy muy bien...

-Es que necesito verte- vuelve a interrumpirme con miedo a que le cuelgue- Necesito hablar contigo… necesito que me perdones, estoy tan arrepentido… No quiero nada más que verte, aclarar lo que pasó, pedirte perdón… estoy tan arrepentido… -Y se echó a llorar de forma sonora y a hablar con voz entrecortada- Perdóname no quería que esto pasara...lo siento Mel, lo siento, de veras.

Me quedé sin palabras. No sabía por dónde tirar. Había preparado esta escena con la psicóloga varias veces y ahora que era real no sabía qué coño hacer… No era mi psicóloga la que estaba al teléfono, era Fer, con su voz, con su dolor, con su arrepentimiento, con su llanto, hasta con su olor… y lo seguía queriendo. ¡Vaya si lo seguía queriendo!

Estuvimos un buen rato en silencio. El, ya sereno, seguía lloroso . Yo me empapaba de olvido, aún no sé cómo … No dijimos nada pero sabía qué era lo que tenía que hacer, colgué, apagué el teléfono, me perfumé ante el espejo y encendí el televisor. Era la hora de mi serie favorita.


 

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