Pulsar él mismo el interruptor y jugar a su antojo. Correr, detenerse, derrapar, hacer giros acrobáticos. La maravilla del juguete en sus manos.
Eso soñaba mientras montaba la pista. A la segunda vuelta un coche perdió una rueda, el mando empezó a sonar como una alarma de bomberos. Se asustó y pisó un trozo de plástico negro y blanco, anulando el circuito.
Cogió el balón de debajo de la cama y, ya en el patio, llamó a voces a sus amigos.
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