Eran varios los países que deseaba conocer pero la Península Itálica también conocida como Apenina le quitaba el sueño en su deseo. Le atraía esa forma de bota “Lo stivale” que llamarían los italianos al capricho de la naturaleza que se exhibía desafiando al Mediterráneo y hundiendo su tacón afilado en las cálidas aguas. Y tres países distintos en territorio zapato, Italia, San Marino y Ciudad del Vaticano. El legado arqueológico y cultural del Imperio Romano en la zona es abundante y fue pieza clave en la configuración de la cultura occidental. Así que tomó un avión directo al lugar con la intención de alquilar una bicicleta a su llegada y recorrer los doscientos cincuenta mil kilómetros cuadrados de superficie que la forman. Iba a empaparse de sus paisajes, accidentes geográficos, culturas… La aventura viva estaba servida. Conocer este mundo quizá le llevase más de una vida. Pues volvería, haría allí su reencarnación para recoger los mensajes guardados en las ruinas, en las brisas y los montes y en el alma del territorio.
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