Félix
miró hacia atrás al oír el portazo que cerraba a cal y canto el
internado, su corazón dio un brinco porque en lo más profundo de su
ser sintió como su libertad de la que había disfrutado durante sus
once años de vida terminaba de un solo golpe.
Escapaba
del encierro viajando mentalmente a su pueblo allá en Burgos
corriendo de nuevo por sus calles y disfrutando de la naturaleza.
Llegaron esas primeras vacaciones que tanto ansiaba y ya en casa de
sus padres las comenzó desayunando muy temprano y antes de que
saliera el sol se dirigió a su lugar favorito, tras los arbustos que
le separaban del lago para ver los patos salvajes que cruzaban los
cielos volando miles de kilómetros y que se detenían allí a
descansar. Nunca pudo acercarse más de 200 metros, porque enseguida
ellos se asustaban y emprendían su vuelo. Pero aun así el seguía
intentándolo para admirarlos lo más cerca posible. Avanzó hasta
los 150 metros y no se movieron ¡nunca había estado tan cerca!
entusiasmado se acercó hasta los 100 ¡no lo podía creer! a los 50
metros su corazón empezó a latir muy fuerte, creyó que si corría
podría llegar incluso a tocar uno, echó a correr, y todos los patos
al unísono despegaron, miró hacia arriba sintiendo en su cara las
frías gotas de agua que resbalaban de sus cuerpos al pasar sobre él,
reía lleno de felicidad. Entonces escuchó un zumbido que no supo
muy bien de donde venía, miró y pudo distinguir una especie de
bólido que inesperadamente golpeó a uno de los patos haciéndolo
caer inerte al suelo. Corrió hacia él, lo tocó, estaba muerto,
miró hacia arriba y vio volando en círculos al ave que lo había
derribado. Félix dio un paso atrás respetando el código no escrito
de la naturaleza, supo que aquel pato no le pertenecía, se alejó y
vio como aquel ave volaba cada vez más bajo acercándose a su botín.
Corrió
a casa y casi sin aliento contó lo sucedido a sus padres.
-Seguramente
era un halcón -le dijeron.
Se
apoderó de él un curiosidad casi enfermiza por aquel animal y
comenzó a buscar información en la biblioteca de su padre, allí
fue donde adquirió toda la impronta para la admiración de este
animal y también donde conoció la palabra cetrería, el arte de
domesticar a los halcones.
Regresó
al internado pero aquel joven ya no era el mismo. Continuó con sus
estudios, paralelamente de forma autodidacta aprendió todo lo que
estaba relacionado con la cetrería. Se enamoró del halcón
peregrino doncella cuando leyó sobre él que es de los peregrinos el
más bello por su plumaje claro, que es el ave más rápida sobre la
faz de la tierra llegando a alcanzar los 480 kilómetros por hora en
su vuelo en picado, que son muy escasos, que viven en el ártico y
emigran volando sobre Europa oriental hacia África para invernar
pasando en muy pocas ocasiones por España. Comenzó a soñar a lo
grande: -Algún día seré un gran cetrero empuñando en mi mano un
halcón doncella.
No
fue fácil aprender, pues la mayoría de los libros sobre el tema
eran manuscritos medievales escritos en latín o castellano antiguo y
los actuales eran extranjeros.
Nunca
decayó. Cuando cumplió 24 años, recién licenciado, decidió que
era el momento de conseguir un halcón salvaje y adiestrarlo.
Trazó
un plan. Al regresar a casa con sus padres ya con el título de
Doctor en medicina bajo el brazo pararía en el castillo de
Fuensaldaña donde en época de migración a veces descansaban los
halcones y atraparía uno.
Aquella
gélida noche de febrero Félix consiguió atrapar un halcón, cuando
abrió la red lleno de emoción para poder ver a su presa no lo podía
creer ¡era un halcón doncella! el halcón que él más admiraba.
Aplicó todas las reglas sobre
el arte de la cetrería que había estudiado, permaneció junto a su
halcón, a la que le llamó Doncella, día y noche apenas sin dormir
durante los quince días de entrenamiento. Transcurrido este periodo
llegó el momento del examen, debía soltarla. Hay actos en la vida
que no dependen de nosotros y que marcan nuestro futuro en una u otra
dirección para siempre. Este era uno de esos momentos, Félix había
decidido que si una vez que soltara a Doncella no regresaba a él,
dejaría la cetrería para siempre, en cambio si lo hacía se
entregaría en cuerpo y alma durante el resto de su vi
En medio del campo con Doncella
en su puño izquierdo y las manos temblorosas quitó la correa que
une al halcón a la anilla de su guante, llegó el turno del
capuchón que cubría su cabeza, lo hizo muy despacio, la miró
fijamente deleitándose en el perfil de tan bello animal pensando que
tal vez era la última vez que lo hacía, alzó su mano jugándoselo
todo a una y ella echo a volar suelta por primera vez desde que
formaba parte de su vida. Fue elevándose hacia las alturas, cuando
llegó a 600 metros la llamó y arrojó el alimento con fuerza hacia
arriba, en un giro a gran velocidad ella se lanzó atrapándolo en el
aire para posarse después a su lado. Doncella había decidido
permanecer junto a él.
Muchas
fueron las horas que pasaron juntos cada día. Félix acudía a todas
partes con su halcón en la mano. Pronto se hicieron conocidos y
comenzaron a ser contratados para hacer exhibiciones de cetrería por
todo el país. En una de ellas conoció al ministro de agricultura,
quien llevaba meses intentando resolver un problema en las bases
aéreas. En ocasiones algunas aves eran absorbidas por las turbinas
de los aviones creando así situaciones de mucho peligro y no sabían
como solucionarlo. El ministro se lo comentó al joven del halcón.
Félix
se presentó en la base aérea indicada. La operación fue todo un
éxito, soltó a Doncella en el centro de la pista, todas las aves de
los alrededores desaparecieron ante la presencia del halcón, dando
así la solución a un problema que existía en todo los aeropuertos
del mundo. Fue un gran momento para ambos.
Pasó
un año. Todos aquellos tratados de cetrería advertian que no se
debe hacer volar a los halcones en febrero pues esta es la época en
la que esa llamada interior les invade y sienten el impulso de volar
hacia la tierra donde nacieron para reproducirse, siguiendo así el
ciclo de la vida.
-Yo
no encerraré a Doncella- Decidió Félix, sabiendo que tal vez ella
no regresaría en alguna de sus sueltas.
Llegó
al campo donde la soltaba cada día ataviado con la indumentaria,
agarrada fuertemente en el puño de Félix, sintió como se deslizaba
por su pata la anilla, luego el dobladillo y por último el capuchón
de la cabeza, un fuerte movimiento de la mano izquierda hizo que
doncella despegara.
Era
2 de febrero, Félix la vio subir y subir en círculos, cuando llegó
a la altura de costumbre la llamó, pero esta vez Doncella siguió
subiendo y subiendo, volvió a llamarla varias veces pero ella seguía
elevándose. Dejó de llamarla. A través del cristal de sus
prismáticos vio como se iba convirtiendo en un punto cada vez más
pequeño que se detuvo señalando con su pico hacia el noroeste,
Félix comprendió, aunque no podía verlo sabía que ella le estaba
mirando, esbozó una sonrisa, su corazón se ensanchó, dio un
suspiro mudo lleno de amor y orgullo. Pasado un instante emprendió
su largo viaje, Doncella tras un año regresaba a casa.
Adiós
Doncella.
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